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CAPÍTULO 1

(Donde Pepe, quien luego sería el Apóstol Catódico,  tiene una visión que cambia su vida. Luego encuentra a un filósofo que lo guiará en el camino de la sabiduría) (1)

Viene del Capítulo Anterior

Cuando el Apóstol Catódico tenía como treinta años, moraba en la ciudad junto al río del color del río. Por esa época se hacía llamar Pepe, y se ganaba la vida como pasante en el burdel Afrodita Calipige, dedicado al culto de la diosa epónima. Allí hacía las veces de portero, pianista, barman, lavacopas y alcahuete del caften.

El día primero del primer mes del año, luego de almorzar sandía con vino carlón, Pepe se retiró a una de las habitaciones para dormir una siesta. Allí tuvo una visión: se le apareció en sueños una mujer muy bella, bañada en suave luz blanca. La bella mujer tenía una larga cabellera negra, y vestía una túnica que tenía los colores del Club Atlético San Lorenzo de Almagro. La mujer tomó del piso una palangana con agua helada, y arrojó el líquido al rostro de Pepe, diciéndole: "ningún hombre que esté atrapado en los negocios del siglo puede tornarse sabio; vete de aquí, pues, a buscar la Verdad".

Como Pepe no atinase a reaccionar, la mujer tomó otra vez la palangana y volvió a echarle agua fría en la cara, diciéndole: "has sangrado la bolsa de tu patrón y has fornicado con su predilecta; vete de aquí, pues, a buscar la verdad".Como Pepe no acertase siquiera a levantar la cabeza de la almohada, por tercera vez la dama santa empapó al joven, diciéndole: "que sea la última vez que mezclas sandía con vino. ¡Despierta ya! Y vete de aquí a perseguir la Verdad. Pero antes, tomaré el producto de tus latrocinios; no sea que persistas en tu impiedad". Y dicho esto, la Aparecida tomó la billetera de Pepe, la guardó entre sus generosos, magnánimos pechos, y expulsó a Pepe del Templo de la Carne.

Huyó entonces Pepe de aquella casa de pecado. Vagó por la ciudad durante tres días con sus diecisiete noches, delirando y creyéndose la Reina del Carnaval de 1954 y cosas aún peores. Tanto vagó Pepe que acabó con sus huesos en el puerto de la ciudad, junto al pestilente riacho de aguas negras que, es fama, nace de las entrañas del mismísimo Averno.

Dormía Pepe el sueño difícil de los fugitivos cuando notó que no estaba solo. Abrió los ojos y creyó ver, en la oscuridad nocturna, a un hombre hecho de harapos que, rodeado de un enjambre de moscas, estaba sentado frente a él. "¿Quién eres, extraño?", dijo Pepe, y el hombre, que parecía muy anciano, respondió: "soy Heránides Parméclito, Rey Filósofo del Alto Palermo, Príncipe Sabio del Bajo Belgrano y Sátrapa Trascendente del Bajo Vientre. En mis años mozos también formé parte del grupo filosófico, murga y equipo de papi fútbol "Cínicos de la Calle", aquella legendaria cooperativa del saber fundada por el célebre y polémico filósofo Quinto Tarantino, de quien fui seguidor: una vez lo seguí desde Coghlan hasta Carapachay, mirá lo que te digo, bó.  ¿Y quién eres tú, botija?".

Pepe, sintiendo que su turbación lo abandonaba, contestó: "veo por tus palabras que eres un sabio oriental; oye, pues, mi historia, noble señor", y pasó entonces a narrar los episodios de su vida, desde su nacimiento hasta el día en que fuera visitado por la mujer santa, sin omitir ni el relato de la vez en que fue a pedir cambio a la sucursal Tapiales del Banco Nación y se encontró con Cacho Castaña, ni cuando le solicitó un autógrafo a Mirtha Legrand confundiéndola con Tita Merello.

Cuando el sabio oriental oyó la historia de la aparición de la santa (pues los gritos de Pepe lo habían despertado de un pesado sueño cogitativo), un brillo nuevo apareció en sus ojos. Se incorporó, apoyó su mano en el hombro del joven y exclamó: "has de saber, botija, que yo también he tenido una visión. También se me apareció una hermosa joven, engalanada con los colores del Ciclón, y me dijo que encontraría a un muchacho que me relataría que había sido testigo de otra de sus apariciones. 'Aliéntalo a seguir por el camino de la sabiduría', me exhortó, 'y dile que la Verdad aborrece las riquezas materiales, así que ordénale que te entregue todo cuanto posee', dijo la dama antes de desvanecerse, bó"

Reconfortado, Pepe no cesó de dar loas a la dama y al sabio, mientras se quitaba las ropas y le entregaba a Heránides dos billetes arrugados de cinco pesos y una moneda de veinticinco centavos. Desnudo, Pepe no paraba de dar loores y loores. Heránides, que temía que la presencia de la policía acabara con tan edificante momento extático, le ordenó irse de allí y esconderse, a la espera de un nuevo anuncio. Antes de que el filósofo se retirara, el joven tomó de la mano al sabio, que trataba de alisar entre sus manos los billetes de cinco pesos,  y le pidió que le dijera quién era la bendita dama de luz que a ambos se había aparecido. "Por lo que me dices, bó, esa dama es La Tucumana, la favorita de tu patrón, el Tuerto Rojas", dijo Heránides, un tanto molesto. "¿Cómo lo sabes?", inquirió Pepe, incrédulo ante semejante demostración de clarividencia. "Porque yo también solía ir a Afrodita Calipige, a ahogar, en pérfida carne de hembra, la lujuria que el demonio despierta en mí". Y dicho esto, Heránides se hizo uno con las sombras y desapareció.

Pepe, temblando de miedo y de frío, se hincó y, mirando al Cielo, exclamó: "¡gracias, noble Heránides Parméclito, faro en medio de las tinieblas, por hacer la luz en mí! ¡La Tucumana, oscura y grácil belleza nórdica de nuestro Noroeste, bella alma prisionera en ciento cinco kilos de carne y hueso, peceto y caracú, nalga y bola de lomo, tripa gorda y nalga otra vez! ¡La Tucumana, noble espíritu preso de la glotonería y la pereza!" y entonces recordó Pepe que la Aparecida había dicho que él le había robado al Tuerto y había yacido con su favorita, que no era otra que la Tucumana, y le vino a la memoria que, el día anterior a aquel en el que se produjo la aparición, había robado a su patrón y había compartido el lecho y la bolsa del Tuerto con la voluptuosa Tucumana. Y recordó también que la Aparecida le había quitado su billetera, que contenía el producto de su latrocinio; y recordó haber sido portero, pianista, barman, lavacopas y empleado de confianza del dueño del lupanar; y recordó la delantera del Santos de Pelé. "Dorval, Mengalvio, Coutinho, Pelé y Pepe", dijo para sí.

Y dicho esto, cayó en un profundo sueño.

(Continúa)

(1) El lector puede saltear la lectura de este capítulo, a los efectos de un mayor disfrute de la obra.

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