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Una noche el Apóstol
Catódico fue despertado, sacado de su habitación a la fuerza y llevado al
palacio del Primer Señor. El Amo de Estado había tenido un sueño, y quería
que el Apóstol lo interpretase. He aquí el sueño del Primer Señor:
El Primer Señor estaba jugando al truco con el Gran Visir
y los sátrapas de dos de las provincias del lejano norte, de donde eran oriundos
los cuatro. Habían jugado durante cuarenta manos y no se había cantado ninguna
flor. Luego de la partida de sus invitados, el Primer Señor se dirigió a sus
aposentos, donde el mayordomo le comunicó que las cuarenta princesas que integraban
su harén se hallaban en huelga de libido caída y se negaban a prestar sus
favores sexuales.
Muy contrariado, el Primer Señor se encomendó a San Miguel
Strogoff Cartero y convocó por nota al Consejo de los Cuarenta Ministros para
una reunión urgente. Allí pidió al Ministro de Mano de Obra Esclava que organizara
una leva de meretrices en los burdeles cercanos. Se le ordenó al capitán de
la guardia que juntara a cuarenta de sus mejores hombres y partiera para reclutar
por la fuerza a cuarenta de las mejores prostitutas que pudiera encontrar.
El capitán tardó cuarenta minutos en cumplir con lo ordenado.
Las cuarenta prostitutas pertenecían al cabaret Club de Mantis, vecino al
gueto de Boedo, donde el Primer Señor, que era partidario del glorioso Huracán,
había recluido a cuarenta veces cuarenta veces cuarenta hinchas de San Lorenzo
que se habían negado a abjurar de sus creencias.
Cuando el Primer Señor se quitó sus
ropas, las cuarenta prostitutas echaron a reír al unísono, una vez que tuvieron
la visión del miembro viril del Primer Señor. "Nadie ha hecho tanto con tan
poco", se defendió el Amo de Estado.
Preocupado de que trascendiese este
fracaso que había tenido en sus sueños, el Primer Señor había convocado a
uno de las adivinas más prestigiosas del país,
Luego llamaron a
Uno tras otro, fracasaron otros renombrados
adivinos, hasta totalizar cuarenta. El Apóstol fue el número cuarenta y uno
en el orden de los convocados. Quien en su vida pecadora fuera llamado Pepe
se encomendó a Lo Alto y pidió al Primer Señor que le entregase el billete
que guardaba en el bolsillo de su pijama. El Apóstol tomó el billete de cuarenta
pesos y, ante el asombro de todos, afirmó que era falso y pidió al Gran Visir
que lo quemara.
Sin que los presentes pudieran salir
de su conmoción, el Apóstol dijo lo que sigue a continuación:
Un gran peligro se cierne sobre el
Amo de Estado. Pero como todo riesgo es una oportunidad, el Primer Señor está
en condiciones de aumentar su fortuna en forma notable: para ello deberá jugar,
en la quiniela oficial, cuarenta pesos al número cuarenta, y firmar un decreto
secreto por el cual se ordene al Azar que rige todos los destinos y a su agente
en la tierra, el Ministro de Timba, a premiar a los jugadores que hayan elegido
tal número.
Así hizo el Primer Señor, y para corroborar
la exactitud de la interpretación del Apóstol Catódico, hizo que le trajeran
el diario del día siguiente. Y allí, en la portada, se decía que el Primer
Señor Alí Babá había festejado, con su gabinete de Cuarenta Ministros, el
aumento de su fortuna gracias a un oportuno sueño numérico.
Así, el Primer Señor pudo sentir la
paz necesaria como para retornar a su arrolladora capacidad de trabajo habitual,
algo que ya demostrara cuando arrollara
Por su parte, el Apóstol Catódico fue
recompensado con la cesión de un espacio en el canal de televisión oficial,
desde el cual proclamaba las Veinte Verdades a Medias de
(1) El lector puede saltear la lectura de este capítulo, a los efectos de un mayor disfrute de la obra.
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