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CAPÍTULO 26

(Donde el Apóstol sufre la aparición de la  Muela del Juicio Final) (1)

Viene del Capítulo Anterior

Era la hora 13 del día 13 del mes 13. El Apóstol Catódico se había recostado a dormir una siesta bajo la sombra amiga de un eucalipto cuando le sobrevino un terrible dolor de muelas. El acceso de dolor vino acompañado de una violenta fiebre, tan fuerte que el Apóstol resecó la gramilla sobre la que estaba recostado.

En la niebla del delirio, una voz le dijo al Apóstol: "como sabes y te has preocupado en difundir, ya se han cometido casi todas las faltas posibles. Ha llegado la hora de la Falta Mayor, del Tiro Penal sobre la Hora. El Desenlace de los Últimos Desmanes. El Adversario se acerca. Los Tiempos ya están maduros para la Hora de la Gran Siega. Pero por designio grato y fatal de Lo Alto vendrá a enfrentarlo el Paráclito Dildo, El Tautólogo Autorredundante en su Celeste Yegua de la Noche. ".

"¿Quién eres?" preguntó el Apóstol, preciso en sus preguntas aún en medio de su hora de mayor debilidad. "Soy el Apocalipto, el Árbol del Fin del Mundo, el árbol que cobijaba tu siesta, el árbol que anuncia el Tiempo de Descuento, porque debes saber que estás sufriendo la aparición de la Muela del Juicio Final".

"Oh Apocalipto", respondió el Testigo del Final, "dime qué mensaje debo anunciar a Mi Feligresía". "Quédate en línea, que Alguien que está en Lo Alto desea hablarte", respondió. Entonces el Apóstol comenzó a oír una música celestial, sólo interrumpida por algunas imprecaciones como "¿otra vez anda mal la central?" o "¿quién anduvo jugando con el teclado?". De pronto la música celestial cesó, volvió a comenzar desde el principio y se escuchó una voz que decía "un momento por favor".

Unos segundos después se interrumpió la música, y una Voz que no parecía venir de ninguna parte dijo:

Yo soy la A y la Z, soy la pequeña J y hasta la Ñ. E incluso soy la W. Ahora que recuerdo, he sido la H. No, la H no, porque es muda. La S, sí, la S. ¿O era la C? ¿Tiene Mi Ser faltas de ortografía? ¡No! ¡Yo Soy todas esas letras, y aún las letras que no conoces, y las que no existen, como la doble D o la X corta! ¿Qué digo las que no existen? ¡Las imposibles, como las letras que forman Mi Nombre Inefable! ¡En verdad Soy tantas cosas que nadie es capaz de inteligirme!

Ante estas palabras increíbles, el Apóstol sintió un temblor en todo su cuerpo. ¡Era La Voz de Lo Alto! Con un hilo de voz, respondió: "¡Gracias, Señor, por darle la oportunidad a este pobre Apóstol Catódico de recibir Tu Mensaje!". A lo que Esa Voz contestó:

¿Apóstol Catódico? ¿Quién estuvo jugando con la centralita? ¡Número equivocado!

De pronto cesó todo dolor, toda fiebre, toda comunicación. El Apóstol se levantó renovado, como si hubiera dormido una siesta que hubiera durado días. Llamó a sus discípulos y decidió contarles la inefable situación que había vivido. Sabiamente, decidió que las Últimas y Misteriosas Palabras que había escuchado eran demasiado profundas para ser pronunciadas así nomás, y no las refirió. En su lugar, decidió llamar a este humilde escriba y decirle que había llegado la hora de ponerse a trabajar de una buena vez en el Apocalipsis Catódico, trabajo que llevaba más de un año demorado por falta de inspiración divina.

"Escriba, Lo Alto ya lo ha decidido, y está escrito tu destino con letras que refulgen en la eternidad: tu mano será instrumento eficaz para escribir el Final de esta Historia o caerá fulminada, seccionada de tu pobre cuerpo mortal. Eso ya está fijado desde antes que comenzara el mundo: ve ahora a enfrentarte con tu destino, cualquiera fuese éste. Dirígete a tus aposentos. Te acompañarán dos de mis discípulos, quienes te acercarán todo lo que necesites para el cumplimiento feliz de esta labor si ese es tu destino, y serán instrumento de Lo Alto si sus Elevados Designios pasan por dar un corte final a esta situación".

Dicho lo cual se retiró a Sus Aposentos en compañía de Magdalena, la impactante adolescente rubia de formas turgentes, a quien el Apóstol conociera en la puerta de un local de una afamada casa de expendio de comida rápida.

El escriba se dirigió a sus aposentos acompañado de los dos lacayos. Se sentó junto a su mesa a pensar en este trance de su vida y del Universo y a observar a los dos lacayos, que mientras tanto se entretenían en arrojar al aire pequeñas matas de gramilla y cortarlas con sus cimitarras de un modo muy explícito.

(Continúa)

(1) El lector puede saltear la lectura de este capítulo, a los efectos de un mayor disfrute de la obra.

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