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LAS CRUZADAS A TIERRA SANTA - PARTE 2 DE 3

O 33 viñetas sobre las Cruzadas, con especial acento en la vida en los estados que los cristianos europeos crearon y sostuvieron en Tierra Santa durante dos siglos. Atención: es el turno de los Caballeros Templarios, de los Caballeros Hospitalarios, del Sultán Saladino, y de unos cuantos detalles (muchos poco conocidos) de la vida en Tierra Santa durante el siglo XII.

 

(Viene de aquí)
9 LOS CABALLEROS TEMPLARIOS
Los caminos de peregrinación eran peligrosos, por la presencia de salteadores, y era común que los peregrinos se hicieran escoltar por caballeros armados, o solicitaran que se les permitiera viajar con las caravanas de los mercaderes, que contaban con una escolta de mercenarios. En el año 1118, el caballero Hugo de Payens creó una orden de monjes armados (sic) destinada a proteger a los peregrinos: la Orden de los Caballeros Templarios, o Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón. Era dirigida por un gran maestre: el segundo era el mariscal, el responsable de las cabalgaduras, algo lógico en una orden de jinetes armados. Los caballos eran sementales, lo que obligaba a colocarles bozales, porque solían enfrentarse a dentelladas; además, estaban entrenados para atacar con sus pezuñas a una orden del jinete. El mariscal era, además, el encargado de la custodia del botín obtenido tras una batalla. Los monjes hacían votos de pobreza, de castidad y de obediencia absoluta al superior.
(Imagen de la derecha: caballeros cruzados - clic sobre ella para ampliarla. Fuente: aquí).
La Orden no permitía el uso de adornos de plata. Las sillas de montar turcas, más cómodas, sólo se podían usar si se las cubría, porque eran vistosas, y la ostentación estaba mal vista. La caza estaba prohibida. Estaba permitida la mortificación del cuerpo, pero estaba prohibido el ayuno y hasta se exigía comer carne: el estado físico de los jinetes era primordial. El descuido del caballo o del equipo era duramente sancionado: tan importante era este aspecto que, dice Hindley, “saltarse las oraciones constituía una falta muy grave, pero llevar a herrar al caballo se consideraba una excusa válida”.
La Orden recibió grandes donaciones de tierra en Europa y Palestina. En pocos años poseía una extensa red de castillos; la necesidad de asegurar la logística de los caballeros destacados en Oriente dio origen a una actividad que haría a la Orden muy rica y muy envidiada: los Templarios pronto comenzaron a brindar servicios parangonables a los de la actual banca internacional.
10 LA BANCA DEL SEÑOR
Los conventos templarios eran lugares ideales para depositar monedas de oro y de plata, joyas y documentos, ante el elevado costo del transporte de caudales en razón de las distancias y de los peligros del viaje. Pronto se desarrollaron documentos especiales, antecesores del cheque, por el cual una persona entregaba a otra, como medio de pago, un título por el cual solicitaba a la orden la entrega al tercero de una cantidad de dinero en su nombre. El mecanismo se comenzó a usar para enviar fondos a los caballeros que prestaban servicios en Tierra Santa, pero pronto se generalizó.
De allí a operar como prestamistas de los monarcas había un solo paso. El Temple de París fue de hecho la tesorería de los reyes franceses hasta comienzos del siglo XIV. En los territorios palestinos, pronto hasta hacía negocios con los mismísimos árabes.
11 LOS CABALLEROS DE SAN JUAN
Hacia 1130 la Orden de los Hospitalarios pasó a llamarse Orden de los Caballeros de San Juan, y también se convirtió en una orden militar. Durante el siglo XII, sus brillantes arquitectos militares construyeron en Siria una enorme red de castillos, entre los cuales se destaca el famoso Krak de los Caballeros, cuyas obras comenzaron en 1142. La actividad en Palestina se sostenía con los ingresos producidos por las propiedades de la Orden en toda Europa, en general resultantes de donaciones de nobles devotos. Estaba organizada en prioratos (Inglaterra, Irlanda, Castilla, Bohemia, etc.). Cada dirigente provincial, o prior, estaba sujeto a la autoridad del gran maestre de la Orden, que residía en Jerusalén. Hoy todavía existe, bajo el nombre de Soberana Orden de Malta.
12 LA VIDA EN LOS REINOS CRUZADOS
El principal centro comercial era Acre, capturado en mayo de 1104 con la ayuda de la poderosa flota genovesa. Otras ciudades importantes, adquiridas con el transcurso de las décadas, eran Jaffa, Haifa, Arsuf, Cesarea, Sidón, Beirut, Tiro (en 1124), Ascalón (recién en 1153). Los genoveses controlaban la actividad comercial en Antioquia y Acre, aunque en fiera competencia con las flotas de Pisa, Venecia y Marsella, que a menudo no dudaban en aliarse incluso con soberanos islámicos para hacerse la guerra unas a otras. Los activos comerciantes y navegantes de estas ciudades no buscaban tierras, como los nobles: buscaban privilegios de comercio. En aquellas lejanas costas, en aquellos remotos días, estaba creciendo una burguesía que, con el paso de los siglos, daría origen al capitalismo.
En pocos años, los conquistadores cruzados adaptaron varias costumbres locales, entre ellas la vestimenta y el empleo de la lengua árabe, más allá de que el idioma de la corte fuera el francés. En los primeros años, incluso hubo un gran número de casamientos mixtos: las leyes al respecto eran mucho más tolerantes que en Europa.
En las ciudades cruzadas había más fábricas de jabón que en las ciudades de tamaño equivalente de Europa. Contaban con mercados abiertos muy grandes y con refinerías de azúcar, desconocidas en Occidente salvo en la España árabe. El negocio del azúcar floreció rápidamente. La mayoría de los propietarios de las refinerías no eran europeos, al igual que los fabricantes de cerámicas. La fabricación de vidrio y las tinturas estaban predominantemente en manos de judíos. Los artículos de mayor refinamiento no se producían en Palestina: debían ser importados de Egipto o la Siria musulmana. La herrería era de extraordinaria calidad: los trabajos en hierro eran superiores a todo lo que se producía en Europa en dicha época.
El nivel de vida era más alto que en Europa, tanto en el caso de los nobles como en el de los campesinos. Para comer se empleaban tenedores, algo que en Europa sólo acostumbraban hacer los bizantinos y los árabes de España. La ropa de cama se cambiaba y lavaba con frecuencia, porque había agua corriente en las casas, gracias a los viejos acueductos de la época romana.
La corona controlaba las tierras más prósperas: Jerusalén, Nablus, Tiro, Acre. Otros grandes terratenientes eran los señores de Cesarea y Beirut y los príncipes de Galilea.
La población rural estaba segregada según la religión: había villorrios de musulmanes, de católicos y de  cristianos orientales. Los campesinos musulmanes pagaban su tributo a la Iglesia. En los pueblos nuevos, establecidos para los colonos europeos, no había siervos: todos los campesinos eran hombres libres, a diferencia de Europa.
Las casas de las granjas solían tener torres fortificadas, un claro símbolo de que eran tiempos difíciles. En los pueblos antiguos, las casas estaban agrupadas en torno a una plaza. Los graneros pertenecían a la comunidad, y estaban en el centro, protegidos de los ataques de los asaltantes por las viviendas, que formaban una muralla defensiva. Las nuevas aldeas, en cambio, reprodujeron el típico esquema franco, con una carretera como eje articulador y dos hileras de casas sobre la calle. Tal organización facilitaba la tarea de parcelar las tierras, pero hacía más complicada la defensa del poblado.
13 LA ADMINISTRACIÓN
Los detalles de la estructura legal se perdieron con la destrucción de los archivos del reino que siguió a la conquista de Saladino en 1187, pero algo se ha podido reconstruir. La administración recaía en funcionarios llamados senescales, que estaban en el tope del escalafón. Bajo él, había alcaldes de pueblos o rais, condestables a cargo de los asuntos militares, chambelanes a cargo de las finanzas del reino, y cancilleres y castellanos que se ocupaban de administrar los castillos reales. Luego estaban los oficiales reales, los vizcondes y los procuradores, a los que debían rendir cuentas las cortes de diputados que gobernaban los asuntos de los occidentales libres. Había cortes de alguaciles, cortes mercantiles y cortes sirias nativas, presididas por un rais católico. En los pueblos, había cortes especiales para los colonos occidentales. Los súbditos judíos y musulmanes tenían tribunales propios, de orden religioso.
14 JERUSALÉN BAJO LOS REYES CRUZADOS
(Ver mapa aquí). Al noroeste de la ciudad estaba el barrio del Patriarca, hoy Barrio Latino de la Ciudad Vieja. En su centro estaba la reconstruida Iglesia del Santo Sepulcro, consagrada el 15 de julio de 1149, en el quincuagésimo aniversario de la conquista de la ciudad. El Patriarca católico romano tenía autoridad legal y administrativa sólo sobre ese barrio, pero su autoridad espiritual abarcaba toda Palestina.
Un poco más al sur estaba el barrio de los Hospitalarios, caballeros dedicados a hospedar a los peregrinos y brindarles la limitada asistencia sanitaria de la época. Sostenían el Hospital de San Juan de Jerusalén, que contaba con una capacidad de 2 mil camas, con sus respectivas sábanas y colcha.
Los otros tres barrios de Jerusalén se destinaron principalmente a cristianos de otras confesiones: el antiguo Barrio Judío del sur se entregó a los nestorianos asirios, el pequeño Barrio Armenio del sudoeste se dejó a sus dueños, y el Barrio Musulmán, el mayor de todos, al noreste, se entregó a los sirios y a los coptos. Allí se construyó la Iglesia de Santa Ana, cerca de la Puerta de los Leones, donde todos los años comienza la procesión de Viernes Santo.
La zona del Monte del Templo, al este, se pobló con caballeros alemanes. Cerca de la Puerta de Damasco, en el norte, se radicaron inmigrantes provenientes de España. En la zona de la Puerta de Sión, al sur, se radicaron los provenzales. En la zona del Hospital predominaban los húngaros.
Tras la masacres de 1099, la población de la ciudad había caído de 70 mil habitantes a apenas 30 mil.
15 LA MUJER EN LOS REINOS CRUZADOS
A diferencia de Europa, en Jerusalén no regía la llamada ley sálica, que excluía a las mujeres de la herencia de las tierras de sus familias, y por extensión, de la línea de sucesión real. (La única excepción era el Ducado de Aquitania, en el sudoeste de Francia, cuya soberana Leonor desempeñaría un papel sumamente importante en la historia tanto de Francia como de Inglaterra). Sibila reinó en Jerusalén de 1186 a 1190, y su esposo Guido (Guy) de Lusignan gobernó sólo como rey consorte.
“Existen pocos períodos en la historia en que las mujeres hayan desempeñado un papel tan prominente”, escribió en 1908 William Miller, en su obra “The Latins in the Levant”. Los bizantinos y los musulmanes estaban fascinados con las mujeres latinas, casi todas francas, que montaban igual que un hombre, e incluso a veces llevaban armaduras. Ibn al-Atir deja constancia de que soldados del sultán egipcio Saladino descubrieron en Acre que, bajo el casco y la cota de mallas de tres de sus prisioneros, había tres mujeres. Téngase en cuenta que en comparación, las musulmanas turcas y árabes eran encerradas en un harén, las bizantinas en gineceos, y las aristócratas occidentales, pese a no estar confinadas en sus casas, estaban totalmente sometidas a la potestad de sus esposos, que podían imponerles castigos corporales si así era su voluntad.
La posibilidad de que una mujer heredara un feudo traía problemas en el aspecto militar: recuérdese que una de las contraprestaciones debidas al soberano por los señores feudales era la de alistarse cuando se lo requiriera, en un lugar donde esto constituía la condición para la supervivencia del Estado. (En cierto sentido, los terratenientes eran un brazo más del ejército). En tal situación, la heredera estaba obligada a casarse (sic) y la cuestión podía llegar a ser tema de debate en el parlamento del reino: el monarca debía presentar a la heredera una lista de tres candidatos a ser su esposo, y ella estaba obligada a elegir un candidato de esa terna. La mujer que se negaba a casarse podía ser despojada de su feudo, esto pese a la tradicional oposición de la Iglesia a segundas nupcias, aún en el caso de viudas. La obligación de casamiento desaparecía una vez que la mujer cumplía sesenta años, que era la edad de retiro de un caballero.
Sin embargo, a veces tampoco era solución que su esposo se hiciera cargo de su obligación: muchas ricas herederas se habían casado con mercaderes o hasta con juglares, quienes nunca podrían reemplazar en el ejército a un caballero experimentado en el combate ecuestre.
La separación era legal, con requisitos más laxos que en Europa: el hombre podía alegar sevitia u odium, o sea los equivalentes medievales de la crueldad mental o la incompatibilidad de caracteres. Si el tribunal aceptaba el divorcio, podía obtenerse la separación de cuerpos de lecho y mesa (a thoro et mensa) pero el esposo debía restituir la dote a esposa. La edad mínima para casarse era similar a Europa: trece años para ambos sexos.
16 EL SEXO Y LAS CRUZADAS
El calendario religioso medieval proscribía la práctica sexual durante tantos días que, algunos meses, había solamente un día de contacto venéreo permitido. Los viernes y los domingos estaban vedados, al igual que las vigilias de las festividades, las fiestas de guardar, el tiempo de  Cuaresma y el Adviento, etc.
Se produjo una fuerte polémica canónica acerca de la cuestión de si un esposo podía hacer el voto de partir a la Cruzada en detrimento del derecho de su cónyuge al contacto sexual, sin el consentimiento de éste. El obispo y jurisconsulto Ivo de Chartres negó esta posibilidad a fines del siglo XI, basándose nada menos que en San Agustín. Incluso afirmaba que si la esposa cometía adulterio en su ausencia, el culpable era el esposo (sic). Ivo suministró una respuesta sorprendente al caso de una esposa que tenía un amante en el momento del regreso de su esposo, respuesta inspirada en la auténtica caridad cristiana: el juicio sobre las responsabilidades morales quedaba librado a Dios, y el esposo podía elegir si continuar casado con su esposa, o separarse y vivir en castidad. El especialista en derecho canónico Hostiensis autorizaba un nuevo casamiento de la esposa si existía presunción razonable de la muerte del marido, pudiendo considerarse como tal la creencia de “la mayoría de la comunidad” de que “había perdido la vida en la campaña”.
El aumento de los problemas para reclutar una cantidad razonable de cruzados llevó a la Iglesia a reconsiderar muchas de sus primeras decisiones. El Papa Inocencio III autorizó que las esposas acompañasen a los cruzados en setiembre de 1201, y al año siguiente anuló el derecho de la esposa a negar su consentimiento al voto de su marido de unirse a la cruzada. Los juristas canónicos salvaban el problema de lidiar con una tradición discordante con la práctica presente afirmando que se trataba de concesiones extraordinarias en grado sumo (specialissimum) a favor de la reconquista de Tierra Santa. Santo Tomás de Aquino afirmó en 1271 que, si bien la esposa tenía derecho legal a negarse, su acción sería moralmente reprobable.
17 ASPECTOS LEGALES DEL VOTO DE UNIRSE A UNA CRUZADA
El hombre que seguía a la Cruz gozaba de la protección de los tribunales, tanto que podía evitar el pago de las deudas y los impuestos. Por ello, después de que se había predicado una cruzada se realizaban investigaciones para comprobar que la gente realmente había cumplido sus votos. Dado que la Iglesia se otorgaba a sí misma la facultad de dictar excepciones, este régimen permitió muchos abusos. Para muestra, un caso: como el rey Enrique III de Inglaterra no pudo cumplir con sus votos de unirse a la Cruzada en 1256, el Papa Alejandro IV le conmutó la pena de excomunión a cambio de que Enrique le suministrara tropas para apoyar sus pretensiones contra los emperadores de la familia Hohenstaufen en Italia y abonara la fortuna de 135.541 marcos, que en definitiva Inglaterra nunca pudo pagar.
18 LA SEGUNDA CRUZADA
Tras la caída del Condado de Edesa en poder de los turcos en 1144, el Papa Eugenio III convocó a una nueva cruzada, a la que adhirieron el Rey Luis VII de Francia y el Emperador Romano Germánico, Conrado III. Pero los dos soberanos se recelaban mutuamente, y embarcaron por separado. Una vez en Tierra Santa, decidieron atacar al gobernante turco de Damasco... que era aliado del Reino de Jerusalén. Pero el ataque fue un fracaso, y pronto los dos gobernantes europeos dieron por cumplido su voto y retornaron a sus tierras. El Rey Balduino de Jerusalén cometió además la imprudencia de atacar al sultán egipcio, hasta entonces neutral, con lo que en el lapso de pocos años, el pequeño reino cruzado estaba rodeado de enemigos.
(Derecha: mapa de la segunda cruzada - clic sobre él para ampliarlo. Fuente: aquí).
19 LA CRISIS DEMOGRÁFICA DEL REINO
El Reino de Jerusalén, o Ultramar, como le decían los franceses, tenía un serio problema demográfico, que afectaba su viabilidad a largo plazo. Entre 1095 y 1105 arribaron al reino 100 mil europeos, entre soldados, mercaderes, clérigos y colonos; para 1115, casi todos habían muerto. La mortalidad infantil era muy elevada, así que las familias de colonos se extinguían después de una o dos generaciones. A diferencia de lo que sucedió con la conquista europea de América o Australia, la migración inicial fue un episodio aislado, que nunca se repitió en esa escala: el viaje por mar era muy caro, y por tierra era muy largo y peligroso. Las condiciones de viaje marítimo eran horrorosas, por el hacinamiento, la ausencia de higiene y la consiguiente posibilidad de contraer enfermedades. Ninguna de las potencias italianas de entonces, Venecia, Pisa, Génova, intentó facilitar la migración por vía marítima: resultaba mucho más lucrativo el comercio, en especial la exportación de armas a las potencias islámicas, o el manejo de la trata de esclavos en Egipto por cuenta de sus sultanes. A ningún dignatario de la Iglesia parece habérsele ocurrido emplear las cuantiosas riquezas de la Esposa de Cristo para subsidiar el transporte, ni crear órdenes misioneras para convertir a los judíos, los musulmanes y los cristianos cismáticos que habitaban Tierra Santa: se prohibieron los matrimonios mixtos, incluso si los esposos acordaban que los hijos fueran criados como cristianos.
Hasta los cristianos de las otras confesiones eran despreciados en Europa, e incluso los católicos nacidos en Ultramar: en los doscientos años que duró la presencia cruzada en Palestina, sólo se ordenó a un obispo de ese origen, Guillermo de Tiro. El efecto combinado de todas estas torpezas fue unir contra los cruzados a todos los orientales, sin importar su credo. Cuesta disentir con el escritor Paul Johnson cuando afirma, en el libro que se cita al pie de este informe, que “la totalidad del movimiento de las cruzadas estaba maniatado por la pobreza intelectual”.
Sin inmigración y sin crecimiento demográfico, los problemas de reclutamiento de Ultramar eran muy grandes. Las dos órdenes de caballeros jamás pudieron reunir más que 600 a la vez: era carísimo sostenerlos en Oriente con el producido de las fincas de Europa. Tampoco era fácil remplazar a los 10 mil sargentos: no había reservas. Cada derrota militar agravaba el problema: tal vez, detrás de la crueldad extrema con que los cruzados trataban tanto a los soldados enemigos como a la población civil estaba el cálculo, tan racional como siniestro y hasta anticristiano, de que la inferioridad de fuerzas sólo se podía aliviar cometiendo un genocidio.
Es fácil deducir que, como dice Hindley, “la expulsión de los estados cristianos intrusos era sólo cuestión de tiempo, el que tardasen los musulmanes en encontrar a un jefe que los uniera”. Pero nadie imaginaba entonces en los estados cristianos que esto fuera posible, y menos aún, que quien lograra la unidad de todos los musulmanes fuera el sultán egipcio.
20 SALADINO
En 1169, Egipto cayó en poder de un ejército enviado por el sultán turco de Siria. Su general, Saladino, un hombre culto y piadoso de origen kurdo, se proclamó sultán de Egipto en 1171. Pronto se volvió contra su antiguo superior, y en 1176 se hizo dueño de Siria. En 1187, luego de que el caballero Reinaldo de Chatillon violara una tregua y ordenara quemar con sus barcos a peregrinos egipcios que viajaban hacia La Meca a través del Mar Rojo, Saladino invadió Palestina y derrotó completamente a los cruzados en la Batalla de los Cuernos de Hattin, haciendo prisioneros a sus principales jefes y capturando la Vera Cruz. En pocas semanas ocupó las principales ciudades del reino, y tras la rendición de Jerusalén, entró en ella el 2 de octubre de 1187. Con los prisioneros, se comportó de un modo más humano que los cruzados: dejó partir libremente a todos los que pudieran pagar su rescate, ya fuera por sí mismos o a través del tesoro del Patriarca. Compadecido de la suerte de los restantes, perdonó a todos los ancianos, y muchos miembros de su corte pagaron voluntariamente el rescate de varios miles de prisioneros más, como limosna a Alá por la victoria.
(Continúa aquí)
 
FUENTES
* “La historia del Cristianismo”. Paul Johnson. Javier Vergara Editor, Buenos Aires 1992. Primera Edición 1988 (primera edición en inglés 1983).
 * “Jerusalem in the Crusader Period” (en inglés). David Eisenstadt. Ingeborg Rennert Center for Jerusalem Studies, Bar-Ilan University. Ramat-Gan, Israel, marzo de 1997.
* “Las Cruzadas: peregrinaje armado y guerra santa”. Geoffrey Hindley, Ediciones B. S.A., Barcelona 2005. Edición original en inglés 2003.