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Todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia

LOS ANTIPAPAS: UNA HISTORIA DE LOS CISMAS EN LA IGLESIA

En la historia del liderazgo cristiano abundan los ejemplos de comportamientos escasamente cristianos. Para escándalo de los creyentes sinceros, en más de una oportunidad un cónclave terminó con dos candidatos clamando a la vez ser el legítimo usuario de la tiara papal. Demasiadas veces, ambiciones temporales contrapuestas jugaron un papel preponderante. A esta vieja nota de mayo de 2005 (una de las primerísmas del portal) la actualizamos en enero de 2023, y éste es el resultado.

 

No es fácil hacer una distinción moral entre el comportamiento de un papa y el de un antipapa: ha habido papas canallescos, como Bonifacio VII o Benedicto IX, como asimismo un antipapa que luego fue declarado santo por la propia Iglesia, San Hipólito. La diferencia entre un papa y un antipapa, en su momento fuente de innumerables conflictos y derramamiento de sangre, hoy es muy clara, al menos para los católicos: es la diferente valoración que hace de cada uno la Iglesia Católica.
También es fundamental aclarar algo: durante los primeros mil años de historia cristiana, el obispo de Roma es solamente el primero entre sus pares, en especial en referencia a los titulares de las sedes episcopales más antiguas, Jerusalén, Antioquía, Alejandría, más tarde y por razones más bien políticas Constantinopla. La idea de que el obispo de Roma es el Papa, el Vicario de Cristo, la cabeza de toda la Cristiandad, es una elaboración de los siglos, y aplicarla al primer milenio de historia cristiana es un anacronismo interesado.
En esta reseña pasaremos revista a situaciones conflictivas, algunas execrables, otras risueñas, y hasta a la sorprendente circunstancia de un concilio que deviene anticoncilio.
HIPÓLITO, EL ANTIPAPA SANTO
Dos siglos de intermitentes persecuciones romanas habían dañado gravemente a la Iglesia. Miles de personas padecieron la tortura, la cárcel o el martirio por causa de la fe en Jesucristo. Muchos decidieron salvar sus vidas a costa de la apostasía, blasfemando contra su dios ante las autoridades imperiales.
Entonces se planteó el problema de qué hacer con ellos, especialmente si se trataba de obispos u otros altos dignatarios. Para algunos, había que demostrar misericordia; para otros, los apóstatas habían perdido el Cielo. Los primeros plantearon que la Iglesia tenía la potestad de remisión de los pecados graves. Los segundos lo negaban; decían que, tras el bautismo, un cristiano que pecaba perdía irremediablemente la gracia recibida. Esta división de la comunidad cristiana, en una época en que los obispos aún eran elegidos por los feligreses, iba a generar dos liderazgos tarde o temprano.
Ese momento llegó en 217, cuando cada fracción eligió a su propio obispo de Roma: Calixto (imagen) por quienes sostenían la autoridad de la Iglesia para remitir los pecados, Hipólito por quienes se mostraban inflexibles con los apóstatas. Su numerosa comunidad se mantuvo separada durante tres pontificados: los de Calixto, Urbano y Ponciano.
En 235, tanto Hipólito como Ponciano fueron exiliados en Cerdeña. Allí se reconciliaron: el 28 de septiembre de ese año, Ponciano renunció oficialmente a su cargo e Hipólito a su rebeldía: en la historia del papado es la primera fecha que se puede determinar con seguridad absoluta. Ambos murieron martirizados poco después, y la Iglesia luego reconoció a Hipólito como santo.
NOVACIANO
Las persecuciones del emperador Decio impidieron durante dieciséis meses que se reuniera el cónclave que debía elegir al sucesor de San Fabián. Cuando por fin pudo hacerlo, en 251, se planteó una aguda división entre los partidarios de Cornelio y los de Novaciano, similar a la que había separado a Hipólito y a Calixto. La mayoría eligió a Cornelio; tres obispos italianos eligieron a Novaciano.
Éste era uno de los principales eruditos cristianos de la época. Como Hipólito antes, pensaba que una Iglesia terrenal, formada por meros hombres, no tenía potestad para absolver los pecados en nombre de Dios, y aún menos uno tan grave como la apostasía. Pero la mayoría de las iglesias estaban con Cornelio. En el otoño del 251, más de sesenta obispos excomulgaron a Novaciano y a sus seguidores, quienes a partir de ese momento fueron tratados por la Iglesia como herejes, los novacianistas.
La persecución del efímero emperador Treboniano Galo alejó al rebelde de Roma en el 253, y se cree que fue martirizado en 258. Su secta, caracterizada por su rigorismo, existía aún en el siglo VII.
FÉLIX, UN SANTO POR CONFUSIÓN
En 352, Liberio (imagen) había sucedido a Julio I. En 355, el emperador romano Constancio, partidario de la herejía del obispo Arrio, hizo apresar a Liberio y lo deportó a Tracia. Al día siguiente, el clero romano juró que mientras viviera su obispo nunca reconocerían a otro. Sin embargo, meses después, ante la presión imperial, tres obispos arrianos eligieron a uno de los juramentados, Félix. Fue reconocido por la mayoría del clero, pese a que el pueblo mantuvo su fidelidad a Liberio.
Pero el prisionero Liberio terminó por quebrarse, y en 357 ratificó por escrito una sentencia contra el obispo antiarriano Atanasio de Alejandría, y suplicó servilmente al emperador que le permitiera volver. Regresó a Roma en el 358 y fue acogido calurosamente. El pueblo rechazó de plano la pretensión de Félix, y de su sostén el emperador, de compartir la administración de la Iglesia. Tras una tentativa frustrada de imponerse por la fuerza, Félix se retiró en 358.
Pero a los ojos de varias iglesias, Liberio había perdido su prestigio. Aunque al morir en 366 sus partidarios le honraron como santo, no se olvidaron sus debilidades. En el siglo VI no se quiso ver en él más que un hereje, en tanto que se glorificó a Félix, al que consideraron héroe por confusión con un mártir de su mismo nombre. Por tales motivos, durante toda la Edad Media, Félix II sería honrado como un papa legítimo y un mártir de la fe.
URSINO Y DÁMASO: CUERPO A CUERPO
El 10 de octubre de 366, Dámaso fue elegido obispo por una mayoría de fieles y eclesiásticos, pero el otro candidato, Ursino, se alzó contra él. Ambos bandos recurrieron a la fuerza: en una basílica se recogieron 137 muertos en un solo día.
Dámaso fue acusado de asesinato ante un tribunal imperial, pero en 378 fue absuelto. Y su proceso le dio ocasión de precisar las relaciones entre la justicia civil y la jurisdicción eclesiástica. El Estado reconocía oficialmente a la Iglesia su competencia en materia de fe y de moral, y asumiría la ejecución de las sentencias dictadas por el tribunal del obispo. Esto es ni más ni menos que la base legal de una institución que surgiría siglos después: la Inquisición.
Dámaso es el primer obispo de Roma en recibir un título griego que, en Oriente, se usaba desde siempre para todos los obispos: Papa ("padre"). Un siglo después, León I impondía la costumbre de que su uso fuera exclusivo para designar al obispo de Roma, algo que no se dispuso oficialmente hasta el siglo XI. Y debemos también a León las bases de una institución: la primacía del obispo de Roma, al principio y con él en el mero Occidente y, mucho más adelante, con el alcance universal que hoy conocemos, y que fue el resultado de una paciente construcción que insumió un milenio entero..
EL ANTIPAPA EULALIO
Tras la muerte de Zósimo en 418, una parte del pueblo romano eligió al archidiácono Eulalio, mientras que la mayoría del clero eligió a un viejo sacerdote, Bonifacio. Los dos bandos no se pusieron de acuerdo y la decisión fue remitida al emperador romano Honorio quien, tras demostrar alguna vacilación debida a la influencia interesada del prefecto de Roma, Sïmaco, dispuso que los dos contendientes permaneciesen lejos de Roma mientras un concilio tomara una decisión al respecto. Éste confirmó a Bonifacio y otorgó a Eulalio un obispado en Campania, donde murió tranquilamente en el año 423.
LORENZO, MARIONETA DE LOS PODERES TEMPORALES
En 498, el cónclave que iba a elegir al sucesor de Anastasio se dividió: una parte eligió al candidato del Imperio Romano de Oriente, el arcipreste Lorenzo. Aquel mismo día la mayoría del clero optó por Símaco. Ninguno de los dos quería ceder y, ante lo sangriento del enfrentamiento de ambas facciones, no hubo más salida que recurrir a la autoridad civil. El rey ostrogodo de Italia, Teodorico, se declaró en favor de Símaco, pero su decisión no resolvió la crisis. En la primavera del 501 el partido de Lorenzo reanudó la ofensiva y presentó acusaciones contra Símaco. Impresionado, Teodorico convocó al papa ante su tribunal, en Rávena. Pero un sínodo de todos los obispos italianos afirmó que "ningún hombre tiene derecho a juzgar al sucesor de Pedro, que sólo depende del tribunal de Dios", y en apoyo de su tesis no dudó en falsificar documentos y atribuirlos a otros sínodos o papas anteriores.
Aquella actitud puso al rey contra Símaco. Lorenzo, entonces, regresó a Roma y logró mantenerse en su puesto hasta el año 506, pese a la oposición del clero. Símaco estuvo recluido en San Pedro durante cuatro años, donde consiguió reunir otro sínodo en noviembre del 502. Pero Lorenzo sólo perdió su puesto cuando Teodorico, que se había enemistado con el Imperio, le quitó su apoyo en 505.
UN PAPA QUE DESIGNÓ SUCESOR
En un hecho inédito, el papa Félix había nombrado a su sucesor, Bonifacio II (imagen), afín al rey ostrogodo de Italia. El clero le hizo saber que no estaba dispuesto a renunciar a sus derechos y, el 17 de septiembre del año 530, eligió al candidato de los bizantinos, Dióscoro de Alejandría, que fue consagrado cinco días después, el mismo día del fallecimiento de Félix.
Pero la muerte repentina de Dióscoro, tres semanas después de su elección, evitó que los enfrentamientos llegaran a mayores. Bonifacio declaró anatema al difunto y obligó a los sesenta electores de Dióscoro a firmar su condenación póstuma. Cinco años más tarde, el papa Agapito reprobaría esa actitud y quemaría públicamente el acta.
TEODORO, EL ANTIPAPA QUE RENUNCIÓ, Y PASCUAL, EL ANTIPAPA QUE NO PUDO SER
La elección de Conón había significado la derrota del candidato del clero, Pascual, y de Teodoro, el preferido por la milicia romana. Pero Conón murió pronto, tal vez envenenado, y ambos rivales reanudaron sus intrigas con mayores bríos. En 687 Pascual prometió al exarca de Rávena cien libras de oro por asegurarse su apoyo. Sin embargo, el elegido fue Sergio, un sirio nacido en Palermo.
Pero Pascual no cumplió con su promesa, y entonces el exarca se apresuró a confirmar la elección de Sergio. Entre tanto el ejército, por su parte, había elegido al arcipreste Teodoro. Éste, al saber que el exarca había ratificado la elección de Sergio, reconoció al nuevo vicario de Cristo y se retiró de la escena. Pascual todavía prosiguió sus intrigas hasta que, acusado de hechicería, fue depuesto de sus funciones de archidiácono y encerrado en un convento, donde murió cinco años después.
CONSTANTINO II, O QUIEN A HIERRO MATA...
Tras la muerte de Paulo I en 767, el Duque Toto de Nepi desató un baño de sangre e impuso a uno de sus tres hermanos como papa, con el nombre de Constantino II. Constantino era laico, y Toto obligó al vicechambelán, el obispo Jorge de Palestina, a concederle las órdenes. El rey de los lombardos, Desiderio, aprovechó la ocasión para nombrar por su cuenta al papa Felipe. Lo entronizaron el 31 de julio del año 768, pero ese mismo día fue depuesto. Al día siguiente, la facción vinculada a los reyes francos eligió como papa a un sacerdote de origen siciliano, Esteban (imagen) que logró abortar el golpe. Constantino fue detenido y encerrado en un monasterio, donde le arrancaron los ojos y lo arrojaron a los pies de su rival.
Éste convocó un sínodo para abril del 769. Para evitar que se repitieran casos el de Constantino, allí se decretó que, para ser candidato, era requisito indispensable haber sido ordenado. Se quitó al pueblo de Roma todo derecho a elegir a su obispo y se reservó el privilegio de la rosca al clero. Esta disposición, contraria a lo que ya era costumbre inmemorial, sería letra muerta durante mucho tiempo aún.
JUAN SIN RENOMBRE
En 844, para suceder a Gregorio, el pueblo romano eligió a Juan, mas quien ganó la partida fue el candidato de los nobles, un romano, Sergio II. Pero éste pasó por alto lo dispuesto en la «Constitutio Lotharii» del 824 y, sin tener la confirmación del emperador carolingio, permitió que lo consagraran. Lotario abominó de tales libertades y envió a Roma a su hijo Ludovico II, acompañado por un poderoso ejército bajo las órdenes de Drogo de Metz, con la misión de hacer valer sus derechos y de informarse de las circunstancias en que había sido elegido el papa. Ante aquella reacción, Sergio no tuvo más remedio que prestar el juramento de costumbre ante Ludovico II.
ANASTASIO, DE ANTIPAPA A SECRETARIO Y BIBLIOTECARIO DE SUS RIVALES
La elección del sucesor de León IV se llevó a cabo en julio de 855. Se estaban preparando las ceremonias de la consagración cuando los partidarios del cardenal Anastasio, a quien León había excomulgado por haberse alineado con su enemigo, el emperador Ludovico II, tomaron por asalto el palacio de Letrán. Anastasio se comportó brutalmente con Benedicto III, el pontífice legítimo, y le hizo encerrar en prisión.
El usurpador fue expulsado de Letrán tras dos días de asedio. Benedicto, con exquisita moderación, le nombró abad de un monasterio. Aquella actitud fue muy hábil, puesto que sirvió para disipar la hostilidad del emperador. Anastasio supo hacer olvidar su pasado, hasta el punto de que, en el año 863, el sucesor de Benedicto, el papa Nicolás I, le hizo su secretario y le nombró luego bibliotecario del Vaticano.
Una nota adicional para pintar aquellos tiempos desesperados en una Europa sumida en la miseria y el atraso: Anastasio realizó traducciones del griego al latín de varias obras importantes de la cristiandad del Oriente, sabiendo que su trabajo no podía ser revisado por nadie porque no había otra persona en todo el continente que dominara los dos idiomas. De hecho, posteriormente se comprobó que había cometido varios errores.
EL SANGRIENTO BONIFACIO VII
En 974 Crescencio, el líder político más influyente de Roma, se aprovechó de la crisis que retenía en Alemania al joven emperador Otón II, encarceló a Benedicto VI e hizo elegir a su protegido, el cardenal - diácono Franco Ferrucci, que tomó el nombre de Bonifacio VII (imagen). Y lo primero que hizo este pontífice fue hacer estrangular a su predecesor.
Cuando el representante del emperador, el conde Sicco de Espoleto, llegó a Roma para exigir el reconocimiento de Benedicto VI, era demasiado tarde. Pero Bonifacio sólo logró reinar seis semanas: el pueblo de Roma horrorizado por el asesinato de Benedicto VI, se levantó en armas. El impostor logró escapar llevándose cuanto pudo del tesoro de la Iglesia y corrió a ponerse a salvo en el sur de Italia, que entonces era territorio bizantino. Y allí permaneció oculto, esperando otra oportunidad, que llegaría diez años más tarde.
UN PAPA ELEGIDO DOS VECES
En diciembre de 983 sucedió a Benedicto VII el obispo de Pavía y vicecanciller del emperador en Italia, Pietro Canepanova, con el nombre de Juan XIV. Pero cuando murió el emperador romano germánico Otón II dejando como su heredero a un hijo de apenas tres años, Bonifacio VII volvió de Constantinopla. Con la complicidad de Crescencio, nuevamente usurpó la dignidad pontifícia y envió a Juan XIV al castillo de Santángelo, donde lo dejó morir de hambre.
Así Franco Ferrucci logró sentarse en la silla de Pedro tras asesinar a dos papas. Pero el pueblo romano lo derrocó y asesinó en julio de 985. Su cadáver desnudo y mutilado fue arrastrado por las calles de Roma.
GREGORIO EL BREVE
La muerte de Juan Crescencio III, en mayo del 1012, puso fin temporalmente a la hegemonía de su familia en los asuntos de Roma, y los condes de Túsculo volvieron a tomar el poder que habían ejercido un siglo atrás. El 18 de mayo de 1012 eligieron para el trono pontificio a uno de ellos, el conde Teofilacto, cardenal de Porto, como Benedicto VIII, mientras que uno de sus hermanos, Alberico, se atribuía el título de cónsul y duque de la ciudad. Los Crescencio intentaron oponerle un antipapa, Gregorio, pero no lograron el reconocimiento del emperador romano germánico Enrique II.
Benedicto VIII fue sucedido en 1024 por... su propio hermano, como Juan XIX.
SILVESTRE III, O CUANDO LA TIARA PAPAL SE COMPRABA Y VENDÍA
En 1032 fue entronizado Teofilacto, conde de Túsculo, con el nombre de Benedicto IX (imagen). Era hijo de Alberico Túsculo y sobrino de los dos papas precedentes, y para su elección su padre recurrió al soborno liso y llano. ¡Además, no tenía aún 15 años! ¡Un papa adolescente!
Benedicto fue un papa depravado y un mero juguete del emperador romano germánico, en cuya corte residió. En 1044 un levantamiento popular alentado por los Crescencio le expulsó de la ciudad. Se ofreció entonces la tiara a quien pagó más por ella, Silvestre III, al que se consagró el 20 de enero de 1045. Pero pocas semanas después, las tropas fieles a Benedicto IX lo hicieron huir.
En abril, y por 1500 libras de oro, Benedicto vendió la dignidad papal a su padrino, el arcipreste Juan Graciano, o Gregorio VI. Pero ahí no terminan la iniquidades de Benedicto. La muerte de Clemente II, en octubre de 1047, le proporcionó la ocasión de acceder de nuevo al trono pontificio, en el que se mantuvo hasta que fue expulsado en julio de 1048. Hasta que falleció, en 1055, no cesó de reivindicar el título que había vendido tiempo atrás.
HONORIO II: CONTINÚA LA SAGA DE LOS CRESCENCIO Y LOS TÚSCULO
En 1059, el Papa Nicolás II dictó la bula In nomine Domini, que fijó el procedimiento para la elección de un Papa que hoy conocemos. Lo hizo bajo la inspiración del influyente cardenal toscano Hildebrando, de quien volveremos a hablar muy pronto. El pueblo romano fue privado del derecho a elegir a su obispo, pero también las famiglias más poderosas de la ciudad, así como los monarcas de la época: en adelante, sólo los cardenales podrían elegir a un Papa. ¡Aunque pronto quedará claro que era mucho más fácil hacerle respetar esta norma a algunos que a otros! Notemos lo tardío de esta disposición: durante un milenio, el primer milenio de la Iglesia, los procedimientos fueron muy otros.
En 1061, una vez más, las dos grandes familias romanas de los Crescencio y los Túsculo intervinieron en una elección papal: manipulando el malestar creado en la corte imperial por el decreto de Nicolás II sobre la elección de papas y la nueva política pontificia favorable a los normandos, hicieron elegir al antiguo canciller del difunto emperador Enrique III, el obispo de Parma, Pietro Cadalo, como Honorio II.
Por contra, los cardenales, bajo la influencia decisiva de Hildebrando, el futuro Gregorio VII, dieron sus votos al obispo de Lucques, Anselmo de Baggio, uno de los fundadores del movimiento reformista de los patarinos, quien se hizo llamar Alejandro II. Era un celoso sacerdote y un hábil diplomático que consiguió hacerse reconocer por todos, y logró aislar a Honorio en 1064. Bajo su pontificado, Hildebrando dirigió la política papal, apoyado por sus aliados normandos y patarinos.
CLEMENTE III, TEODORICO, ALBERTO Y SILVESTRE IV: UNA DINASTÍA DE ANTIPAPAS
Hildebrando, o Gregorio VII (imagen), el hombre que iba a dejar en el papado y en Europa una huella imborrable, tuvo un origen oscuro. No ha sido posible precisar la fecha de su nacimiento, que se supone entre 1020 y 1025, ni el lugar, tal vez en alguna aldea de la Toscana, ni su familia de origen, aunque hay razones para asegurar que no fue de noble cuna. El 22 de abril de 1073 fue consagrado por el pueblo romano, y los cardenales refrendaron su nombramiento. Algún día, los obispos alemanes utilizarían esta cuestión formal para poner en tela de juicio su legitimidad.
El programa que llevó adelante como papa es de una claridad absoluta. Quedó resumido en el documento titulado Dictatus papae, un conjunto de 27 principios que afirman las prerrogativas del papa y su primacía absoluta sobre el poder civil. Éste es el origen de una crisis que, en el transcurso de los cincuenta años siguientes, provocaría que a cada nuevo papa se le opusiera un antipapa.
Semejante concepción de la supremacía papal, defendida además con aspereza, tenía que provocar a la corta o a la larga un enfrentamiento con el emperador romano germánico. El decreto papal prohibiendo la investidura de obispos por los laicos, dictado en ocasión del sínodo de 1075, fue interpretado por Enrique IV como una declaración de guerra. Al arrebatar a los reyes la investidura de obispos y abades, la realeza se veía privada, en beneficio del papa, de la ayuda financiera y militar que tales vasallos debían prestar a su soberano.
La ocasión se presentó al quedar vacante la sede episcopal de Milán. Enrique nombró a un nuevo obispo y le confirió la investidura. El papa reaccionó: si el emperador no dejaba sin efecto su decisión, sería excomulgado y se pregonaría su destitución por todo el imperio. El monarca respondió de manera fulminante, y en el sínodo imperial de Worms, en enero de 1076, hizo que los obispos alemanes declararan a Gregorio VII relevado de sus funciones. El pontífice contestó con la excomunión y la destitución de Enrique IV y de los principales obispos rebeldes de Alemania y del norte de Italia. Por demás, todos los súbditos del emperador quedaban desligados de su juramento de fidelidad al soberano.
Quienes hasta ese momento habían apoyado a Enrique le dieron la espalda. Los príncipes alemanes le conminaron a a someterse al papa, bajo amenaza de deponerlo. El famoso encuentro del rey penitente y el papa triunfador tuvo lugar en el castillo de Canosa, del 25 al 28 de enero del año 1077. Allí Enrique, tras soportar varias humillaciones, se sometió a Gregorio.
La derrota moral de Enrique IV suscitó un anti-rey, Rodolfo de Suabia. En marzo de 1077 se desencadenó una guerra civil. El pontífice se decidió abiertamente por Rodolfo y, en 1080, volvió a excomulgar a Enrique IV y a proclamar su definitiva deposición. La respuesta del monarca fue hacer que, el 25 de junio, sus obispos eligieran otro papa, el arzobispo Guiberto de Rávena, con el nombre de Clemente III.
En Roma, ante la aparición de este antipapa, empezaron a pensar que Gregorio VII había llevado las cosas demasiado lejos. En 1084, al mando de un poderoso ejército, Enrique IV ocupó Roma, entronizó a Clemente y, diez días después, recibió la corona imperial de sus manos, mientras Gregorio VII se refugiaba en Santángelo.
Poco después el conde normando Roberto Guiscardo le arrebató Roma a Enrique IV. Clemente huyó a Rávena. Roberto, para castigar las veleidades de los romanos, permitió que la Urbe fuera saqueada. Aquella acción sirvió para que el papa perdiera definitivamente los pocos simpatizantes que le quedaban. Mientras el emperador se replegaba hacia el norte para escapar de los normandos, Gregorio VII tuvo que huir para eludir la cólera de los romanos. Abandonado de todos, se refugió en Salerno.
Al morir Gregorio VII en 1085, Clemente intentó hacerse reconocer. Reanudó relaciones con la Iglesia de Rusia y procuró un acercamiento a Bizancio. En la misma Roma contaba con numerosos partidarios entre los cardenales y la nobleza, y ni siquiera sus adversarios pusieron jamás en duda su integridad. Pero eso no fue suficiente para ser universalmente reconocido. Debió lidiar con los sucesores de Gregorio, Víctor III, Urbano II y Pascual II.
Clemente murió en 1100. Teodorico (1100-1102), Alberto (1102) y Silvestre IV (1105-1111) intentaron en vano mantener su línea de rebeldía contra Pascual II, papa desde 1099, pero fueron reducidos a la impotencia. Iincluso el mismo emperador Enrique IV, que deseaba la paz tras un cuarto de siglo de guerras, les retiró su apoyo
GREGORIO VIII, OTRA VÍCTIMA DE LA GUERRA ENTRE EL PAPADO Y EL IMPERIO
El 24 de enero de 1118 los cardenales se reunieron casi en secreto, por miedo a las injerencias del emperador, para elegir un sucesor del difunto Pascual II. La elección dio la mayoría de los votos al cardenal - diácono Juan de Gaeta, el titular de la cancillería pontificia, con el nombre de Gelasio II. Pero ese mismo día irrumpió en el cónclave Cencio Frangipani, un noble romano del partido del emperador, y encerró al papa en prisión.
El pueblo liberó al nuevo pontífice. Mas cuando se estaba preparando el acto de su entronización entró en Roma el emperador Enrique V, prevenido por Frangipani. Gelasio escapó por muy poco y, después de una huida muy accidentada, se refugió en Gaeta.
El emperador se negó a reconocerle e hizo nombrar otro papa romano, el arzobispo de Braga, el occitano Mauricio Burdino, como Gregorio VIII. Gelasio igual se arriesgó a regresar. Unos días después, en plena celebración de Misa, fue otra vez atacado, aunque en esta ocasión logró escapar. Moriría poco después en la abadía de Cluny.
Los cardenales que habían acompañado a Gelasio en su huida a Cluny se apresuraron a designar un sucesor, el arzobispo de Vienne, el conde Guido de Borgoña, quien tomó el nombre de Calixto II. Contaba con un respaldo inigualable: estaba emparentado con las casas reales de Alemania, Francia, Inglaterra y Saboya, y era tío de Alfonso VII de Castilla, León y Galicia.
En 1121 Calixto se decidió a ir a Roma y logró expulsar a Gregorio. El fugitivo fue a caer en manos de los normandos del sur de Italia que, por orden del pontífice, lo encerraron en un convento hasta su muerte.
CELESTINO II, EL PAPA AL QUE LE ROBARON EL TRONO
El 15 de diciembre de 1124, los cardenales hicieron del cardenal - presbítero romano Teobaldo Boccapecci el legítimo sucesor de Calixto II. El elegido se impuso el nombre de Celestino II.
Pero el mismo día de su designación, los matones del clan Frangipani le cayeron encima. A la mañana siguiente renunció Celestino II, en tanto que los Frangipani manipulaban a la gente para que apoyara a su candidato, el cardenal - obispo de Ostia, Lamberto de Fiagnano. Este aceptó enseguida y asumió el nombre de Honorio II. Los cardenales no tuvieron más remedio que ratificar la elección y designar a Celestino II un antipapa.
ANACLETO II, EL PAPA DESTITUÍDO POR DESCENDER DE JUDÍOS, Y VÍCTOR IV
Recién fallecido Honorio II en 1130, veinte cardenales, originarios del norte de Italia y de Francia, se reunieron a toda prisa bajo la presidencia del canciller Aimeric de la Chatre y, al margen de la normativa canónica, eligieron papa al cardenal - diácono Gregorio Papareschi, del partido de los Frangipani. Unas horas más tarde de aquel mismo día, otros veintidós cardenales, es decir, la mayoría, designaron al cardenal Pietro Pierleone con sujeción a la normativa vigente. Gregorio tomó el nombre de Inocencio II (imagen). Pietro asumió el de Anacleto II. Comenzaba así un nuevo cisma que iba a durar diez años.
Anacleto era apoyado por toda la nobleza romana, la Italia del sur, los normandos del rey Rogerio, Aquitania y Escocia, y esperaba también el respaldo del emperador Lotario III. Éste solicitó el arbitraje del sínodo de Wurzburgo. El obispo Norberto de Magdeburgo, amigo del influyente Bernardo de Claraval, hizo que la balanza se venciera a favor de Inocencio. Pedro Pierleone era una figura prestigiosa, pero... sus antepasados eran judíos. Bernardo, en el concilio de Etampes, en 1130, se había referido a él como aquel "papa salido del gueto".
En 1138 murió Anacleto II. Su sucesor, Víctor IV, se dejó convencer por Bernardo de Claraval y abdicó. Inocencio II convocó en 1139 el II concilio de Letrán para proclamar el final del cisma, la excomunión póstuma de Anacleto y la condena de Rogerio II.
CUATRO ANTIPAPAS PARA UN CISMA QUE DURÓ 21 AÑOS
Al morir Adriano IV en 1159, fue elegido como sucesor Rolando Bandinelli, con el nombre de Alejandro III. Pero el emperador Federico II Barbarroja, que estaba enemistado con el papado, hizo elegir a Víctor IV. Alejandro, con el apoyo de Luis VII de Francia y Enrique II de Inglaterra, liberó del juramento de fidelidad a los súbditos del emperador. Algunas ciudades italianas se rebelaron y formaron la Liga de Verona, en alianza con el papa Alejandro III.
La muerte de Víctor IV en 1164 no solucionó la crisis, al ser elegido como su sucesor Pascual III (1164-1168). En 1166 Federico tomó Roma y el papa huyó a Sicilia.
Tímidos acercamientos quedaron frustrados cuando Federico Barbarroja reconoció al antipapa Calixto III (1168-1178) e inició una nueva expedición contra suelo italiano, siendo esta vez derrotado por la Liga Lombarda en Legnano en 1176. Al emperador le fue levantada la excomunión tras reconocer como papa a Alejandro III y al devolver a la Santa Sede los territorios italianos. Calixto III renunció a su cargo, si bien la división de la Iglesia continuó cuando la nobleza romana eligió al antipapa Inocencio III (1178-1180) y obligó a Alejandro III a exiliarse hasta su muerte en 1181.
El III Concilio Ecuménico de Letrán de 1179 intentó poner freno a las disputas surgidas en torno a la elección de los papas, estableciendo la norma de que, para resultar elegido, un candidato debía contar con dos tercios de los votos.
AVIÑÓN, LA CAUTIVIDAD BABILÓNICA Y EL NOMBRE DE LA ROSA
Desde 1309 la sede del Papado se había trasladado de Roma a Aviñón, en el entonces Reino de Arlés, pero bajo la influencia del Rey de Francia. Los enemigos de Francia y de su títere papal llamaron a esta situación la Cautividad Babilónica de la Iglesia, por analogía con la cautividad de la clase dirigente del pueblo judío en Babilonia entre 597 y 538 antes de nuestra era.
El papa Juan XXII, o Jacques de Cahors (imagen), fue elegido en 1316 después de una vacante pontificia de dos años, durante la que los cardenales se dividieron en tres partidos: los italianos, los franceses y los gascones. Juan había sido confidente de su predecesor y obispo de Aviñón, y era el candidato del rey de Francia, además de enemigo del emperador romano germánico y un férreo opositor de los ideales reformistas de la orden de los franciscanos, a la que estuvo a punto de condenar por herética. (Los entretelones de estas intrigas están magistralmente expuestos en la novela de Umberto Eco El nombre de la rosa).
La lucha llegó a tales extremos que, en 1328, el emperador Ludovico el Bávaro y los franciscanos declararon depuesto a Juan y eligieron como papa al franciscano Pietro Rainallucci, como Nicolás V. Pero éste, en 1330, solicitó el perdón de Roma, refugiándose en Aviñón.
EL GRAN CISMA DE OCCIDENTE: 1378-1415
El Papa Gregorio XI había dejado Aviñón y había restablecido la sede pontifical en la Ciudad Eterna, donde murió en 1378. La mayoría de los electores del cónclave eran franceses, pero bajo la presión del pueblo romano, escogieron al napolitano Bartolomeo Pignano, el arzobispo de Bari, como Urbano VI (imagen).
Bajo el pretexto de escapar al calor de Roma, los cardenales se retiraron. El 20 de setiembre eligieron a Roberto de Ginebra, quien tomó el nombre de Clemente VII. Unos meses después el nuevo pontífice fijó su residencia otra vez en Aviñón; el cisma estaba completo.
Clemente VII estaba emparentado o aliado con las principales casas reales de Europa; era influyente, inteligente y políticamente hábil. Los santos mismos se vieron divididos: Santa Catalina de Siena, Santa Catalina de Suecia, el Beato Pedro de Aragón, la Beata Ursulina de Parma estaban de lado de Urbano; San Vicente Ferrer, el Beato Pedro de Luxemburgo y Santa Colette aceptaron a Clemente. Los más famosos doctores de la ley fueron consultados y la mayoría se decidió por Roma. Los teólogos estuvieron divididos; como regla general, adoptaron la posición de su monarca. La mayoría de los estados italianos y alemanes, Inglaterra y Flandes apoyaron al Papa de Roma. Francia, Navarra, Aragón, Castilla y Escocia se pusieron del lado del Papa de Aviñón.
Los Papas rivales lanzaron excomuniones recíprocas y crearon numerosos cardenales para compensar las defecciones. Mientras estas graves discusiones se iban difundiendo, Bonifacio IX había sucedido a Urbano VI en Roma y el aragonés Pedro de Luna, Benedicto XIII, había sido electo Papa a la muerte de Clemente en Aviñón.
Varias asambleas eclesiásticas se reunieron sin un resultado definitivo. El rey de Francia comenzó a cansarse de apoyar a un Papa como Benedicto, quien actuaba únicamente de acuerdo a su humor. Además, sus exacciones fiscales agobiaron a Francia. Carlos VI liberó a su pueblo de la obediencia a Benedicto (1398) y prohibió a sus súbditos someterse a este Papa.
Inocente VII ya había sucedido a Bonifacio en Roma y, después de dos años, fue reemplazado por Gregorio XII. El concilio que Gregorio convocó en Pisa agregó un tercer reclamante al trono papal en 1409: el primer Juan XXIII. Finalmente, se aceptó convocar a un Concilio en Constanza. Éste comenzó en 1414 y duró hasta 1418. Se dividió en naciones: cada una formaba un cuerpo que deliberaba aparte, y luego se reunían para acordar. Primero hubo cuatro: los formados por franceses, alemanes, ingleses e italianos. Luego se agregaron los de los españoles y los polacos.
El Concilio es también recordado por haber juzgado al reformador checo Jan Hus, al que condenó a la hoguera en 1415. El Concilio, toda una innovación teológica que nunca pudo echar raíces, se declaró superior al Papado: depuso a Juan XXIII y a Benedicto XIII y recibió la abdicación de Gregorio XII. El 11 de noviembre de 1417, la asamblea eligió a Odo Colonna, quién tomó el nombre de Martín V. Así terminó el Gran Cisma de Occidente.
Tras casi 40 años de escándalos que enlodaron la imagen de la Iglesia, resulta sorprendente notar que hubo que esperar un siglo más hasta que la idea de una reforma encontrase una manera de canalizarse, en la persona de Martín Lutero. El Cisma fue el principio del fin de la unidad de la Iglesia occidental.
EL ÚLTIMO ANTIPAPA: FÉLIX V, Y EL ANTICONCILIO DE BASILEA
El Concilio de Constanza había visto emerger la teoría conciliar: la doctrina de que la autoridad de la Iglesia residía en el conjunto de los creyentes, representados en un concilio general, a cuya voluntad el papa debía sujetarse. En 1431 se reunió el Concilio de Basilea, destinado a resolver definitivamente la cuestión. Otros temas importantes eran la herejía husita, la reforma financiera de la Iglesia y las relaciones con la Iglesia Ortodoxa. El concilio proclamó su supremacía en 1433. Temiendo el cisma, el papa Eugenio IV (imagen) hizo muchas concesiones, pero en definitiva no hubo acuerdo sobre la fuente de la autoridad en el seno de la Iglesia, y como el concilio tomó una dirección que disgustó al papa, éste le ordenó disolverse en su bula Doctoris gentium en 1437. Al negarse a hacerlo, el concilio pasó a ser considerado herético por la Curia romana, un anticoncilio.
Eugenio lo trasladó a Ferrara, adonde se reunieron sus adeptos. Sus opositores se mantuvieron en Basilea, donde eligieron al duque Amadeo VIII de Saboya, luego papa Félix V. Pero los príncipes europeos terminaron disgustándose con tener que enfrentar una disputa tras otra. Félix, viéndose cada vez más solo, abdicó en 1449 y reconoció al sucesor de Eugenio, Nicolás V.
El concilio reconoció a Nicolás como papa legítimo y decidió disolverse, hundido en el fracaso. Unas décadas más tarde, con las tesis de la abadía de Wittemberg, la Iglesia occidental se rompería en pedazos en forma definitiva.