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Cine Braille

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Todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia

ACERCA DE LAS CRÓNICAS DE BUSTOS DOMECQ

La obra en colaboración de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares es mucho menos conocida y ha sido mucho menos estudiada que sus obras por separado. Con ustedes, una mirada sobre la delirante colección de artículos, digna de un Roberto Fontanarrosa, que ambos autores firmaran y dieran a publicación en 1967.

 

El agudo e impiadoso sentido del humor de ambos amigos es de conocimiento general, más aún después de la edición de esa divertidísima obra que es el Borges de Bioy Casares. Las Crónicas de Bustos Domecq remiten inmediatamente a ese tono jocoso por tres vías. En primer lugar, a través de la sátira a las vanguardias artísticas del siglo XX, entusiastamente abominadas por ambos autores, y que es el tema de las Crónicas. El procedimiento habitual es la hiperbolización delirante de las doctrinas satirizadas, un mecanismo cuya reiteración a lo largo del libro termina conspirando contra la eficacia de los últimos artículos. En segundo lugar, a través de la construcción del barroco y autoparódico lenguaje del falaz autor, Honorio Bustos Domecq, en adelante HBD: un lenguaje cuyo vocabulario y cuya sintaxis remiten tanto a los barbarismos recogidos por el Diccionario del Argentino Exquisito de uno como a la conversación y los versos del Carlos Argentino Daneri del otro. (Y cuya trabajada torpeza, me temo, a veces resulta demasiado lograda: por momentos, el lector se encuentra luchando contra el texto). Y en tercer lugar, por la inclusión de más de un chiste, cuya eficacia está en relación directa con el tono solemne y relamido de HBD, de quien los autores han dicho que es “empleado de la DGI”, “votante radical” y que siempre se “queja mucho de la inflación”. Borges y Bioy lo consideraban un símbolo de los defectos del porteño.
El tono de la obra es fijado en el maravilloso prólogo, uno de sus mejores textos, y más aún, en la cita de Oliver Goldsmith que lo inaugura, cuya traducción es “cada disparate tiene ahora un paladín”. La dedicatoria es también una demostración de la fina ironía que campea en los artículos: “a esos tres grandes olvidados: Picasso, Joyce, Le Corbusier”. Tres grandes vanguardistas, cada uno en su ámbito, y que en 1967 (y aún hoy) pueden ser llamados de cualquier manera, menos “grandes olvidados”.
El primer párrafo del prólogo da una buena idea del estilo de la obra. Supuestamente está escrito por Gervasio Montenegro, ya presentado por los autores en su primera obra conjunta, Seis problemas para don Isidro Parodi, publicada en 1942. Montenegro es un literato que tiene un muy elevado concepto de sí mismo y una mirada condescendiente de la obra de HBD, para fastidio de este último, que a su vez se encargará de contradecir y aún reñir a su prologuista... desde los pies de página. El texto de Montenegro contiene esta extraordinaria, admirable, divertida oración: “al recorrer con displicencia las páginas de este opúsculo meritorio, sacude, momentánea, nuestra modorra una mención ocasional: la de Lambkin Formento. Un inspirado recelo nos acribilla. ¿Existe, concretado en carne y hueso, tal personaje?”. (Las cursivas son mías). El juicio final del vano Montenegro es maravilloso también: “en resumen, una entrega no indigna de nuestro espaldarazo indulgente”.
(Derecha: Borges, fotografiado por Bioy Casares en San Telmo, ciudad de Buenos Aires, en 1974. Fuente: el ya mencionado "Borges").
El primer artículo es uno de los mejores. Homenaje a César Paladión es una nueva versión, en tono farsesco, del cuento borgesiano Pierre Menard, autor del Quijote. Paladión, cónsul argentino en Ginebra por la época del Centenario, hace imprimir allí con su firma Los parques abandonados de Herrera y Reissig. Durante el resto de la década da a la prensa, con “una fecundidad casi sobrehumana”, obras tan dispares como El sabueso de los Baskerville, De los Apeninos a los Andes, La cabaña del Tío Tom, La provincia de Buenos Aires hasta la definición de la cuestión Capital de la República, la traducción de Ochoa de Las geórgicas y el De divinatione (en latín). Escribe HBD sobre Paladión que “la muerte lo sorprende en plena labor; según el testimonio de sus íntimos, tenía en avanzada preparación el Evangelio según San Lucas, obra de corte bíblico, de la que no ha quedado borrador y cuya lectura hubiera sido interesantísima”.
Toca a uno de los supuestos críticos de la obra de Paladión, Farrel du Bosc (1) establecer, en La línea Paladión - Pound - Eliot, la erudita genealogía del disparate comentado: después de todo, “un copioso fragmento de la Odisea inaugura uno de los Cantos de Pound y es bien sabido que la obra de T. S. Eliot consiente versos de Goldsmith, de Baudelaire y de Verlaine. Paladión, en 1909, ya había ido más lejos. Anexó, por decirlo así, un opus completo, Los parques abandonados, de Herrera y Reissig". Borges y Bioy no se privan de un chiste adicional, y que revela su verdadera opinión de la obra del poeta uruguayo: Paladión prefería Los crepúsculos del jardín de Lugones a Los parques abandonados, pero “no se juzgaba digno de asimilarlos; inversamente, reconocía que el libro de Herrera estaba dentro de sus posibilidades de entonces, ya que sus páginas lo expresaban con plenitud”. HBD agrega que “estamos así ante el acontecimiento literario más importante de nuestro siglo: Los parques abandonados de Paladión. Nada más remoto, ciertamente, del libro homónimo de Herrera, que no repetía un libro anterior”. Para el final, otra ironía más: como la obra de Paladión es difícil de encontrar, por sus escasas y ya antiguas tiradas, un grupo de “diputados de los más opuestos sectores” propugna la edición de las obras completas con dinero público...
Una tarde con Ramón Bonavena es otro cuento brillante, una lograda parodia del fatigoso objetivismo defendido por el hoy olvidado con entusiasmo Alain Robbe-Grillet. Bonavena, literato de Ezpeleta, es el autor de los seis volúmenes de “Nor-noroeste”. El autor confiesa ante HBD el proceso creativo de su obra, que comenzó con el reconocimiento de la imposibilidad de penetrar las mentes ajenas, y aún la de entender su yo. Esto lo lleva a intentar la descripción del mundo real, y comienza por… los objetos del ángulo nor-noroeste de su mesa de trabajo. ¡Pero qué descripción! Porque Bonavena se toma el trabajo de contar “los matices del cobre, el peso específico, el diámetro, las diversas relaciones entre el diámetro, el lápiz y la mesa, el diseño del logo, el precio de fábrica, el precio de venta y tantos otros datos no menos rigurosos que oportunos” del cenicero. La descripción del lápiz requiere… veintinueve páginas. La intención burlona de Borges y Bioy se transparenta en esta declaración del credo de Bonavena, que podemos entender como su opinión de la Nouveau Roman: “niego a mi obra todo valor estético. Ocupa, por decirlo así, un plano propio. Las emociones despertadas por ella, las lágrimas, los aplausos, las muecas, me tienen sin cuidado. No me he propuesto enseñar, conmover ni divertir. La obra está más allá. Aspira a lo más humilde y a lo más alto: un lugar en el universo”. Este rechazo, tal vez un tanto conservador, de la ilegibilidad de la mayoría de las literaturas de vanguardia inspira también a algunos otros cuentos, no tan buenos como éste, como Un arte abstracto, que se ufana en satirizar a un supuesto movimiento defensor de “reducir toda la rica gama de comestibles al invariable coágulo terroso que exigían los cánones”; los algo flojos Vestuario y Vestuario II, que se las toman con la vestimenta; y Eclosiona un arte, donde los dardos de los autores apuntan a las llamadas “corrientes más ortodoxas de la arquitectónica no habitable”, y cuyas obras recuerdan a los atroces edificios descriptos en el cuento de Borges El inmortal.
A juzgar por el Borges de Bioy, tanto Homenaje… como Una tarde… fueron escritos durante 1963, y ambos se divirtieron mucho con su escritura, cosa que, doy fe, se contagia plenamente al lector. 
Un enfoque flamante es un artículo / cuento que dispara hoy unas cuantas reflexiones. El tema del mismo es un supuesto Congreso de Historiadores en Pau, Francia, que debate la cuestión de si la historia “es una ciencia o un arte”. HBD nos dice que “la tesis que concitó el voto unánime resultó, según se sabe, la de Zevasco: la historia es un acto de fe”. Tras afirmar que “en efecto, no hay un manual de historia, un Gandía, etcétera, que no haya anticipado, con mayor o menor desenvoltura, algún precedente”, se enumeran las cargadas discusiones acerca de la verdadera nacionalidad de Cristóbal Colón o Carlos Gardel, del verdadero vencedor de la indecisa Batalla de Jutlandia en 1916 o de la verdadera cuna de Homero. Es así que este nuevo enfoque de la historia lleva, por ejemplo, a que en Túnez sea feriado el aniversario de la destrucción de Roma por Cartago (sic), o que en Argentina se festeje “la anexión de España a las tolderías del expansivo querandí”, o que México haya recobrado, para sus libros de Historia, la posesión de Texas sin disparar un tiro. Por no hablar de… nuestra recuperación de las Malvinas.
La más conocida de todas las Crónicas es Esse est percipi, que en algún punto se relaciona con la anterior: en la primacía de las ideas sobre los duros hechos, o sea el idealismo berkeleyano que se adivina en la frase latina que le sirve de título (“ser es ser percibido”). HBD nota un día que, en Núñez, falta el Estadio de River Plate, y va a ver a Tulio Savastano (2), “presidente del club Abasto Juniors, a cuya sede, sita en el Edificio Amianto, de Avenida Corrientes y Pasteur, me di traslado”. Allí descubre que el fútbol es sólo un espectáculo radial o televisivo, tanto que el último encuentro del torneo argentino se disputó el “24 de junio del 37”. La patraña es obra de Ferrabas, “el locutor de la voz pastosa”. No sólo eso; la conquista del espacio interplanetario es “un programa foráneo, una coproducción yanqui-soviética”. En el mundo ya no pasa nada, “el género humano está en casa, repantigado, atento a la pantalla o al locutor, cuando no a la prensa amarilla. ¿Qué más quiere, Domecq? Es la marcha gigante de los siglos, el ritmo del progreso que se impone”.
En busca del absoluto es una burla al culto a la oralidad en la literatura, así como una hipérbole de la idea de que grandes obras literarias del pasado, como la Odisea y Las Mil y Una Noches, habían sido escritas y pulidas a lo largo de las generaciones. Naturalismo al día recuerda a la historia del duelo de los dos bardos celtas que cita uno de los personajes del cuento Guayaquil, de Borges, así como al breve texto Viajes de Varones Prudentes: el literato que responde al desaforado nombre de Hilario Lambkin Formento, cuyos comentarios bibliográficos no solían omitir “el formato, las dimensiones centimétricas, el peso específico, la tipografía, la calidad de la tinta y la porosidad y olor de papel” de los libros reseñados, acomete el estudio crítico de la Divina Comedia… que termina siendo la Divina Comedia. (En buena medida, mi comentario de las Crónicas está siendo la transcripción de las Crónicas. Temo ser parte de la parodia tanto como HBD, Montenegro o Lambkin Formento). El remate del cuento es un estupendo chiste: inspirado en Lambkin Formento, su partidario Urbas envía una rosa a un concurso literario cuyo tema es la rosa, y el artista Colombres envía al Salón de Artes Plásticas, para un concurso cuyo tema es la Antártida o la Patagonia, un carnero vivo, lo cual, si bien no le sirve para merecer el premio del Salón... al menos le gana el favor del jurado al Gran Campeón Carnero de la Sociedad Rural Argentina.
En el mismo sentido, Catálogo y análisis de los diversos libros de Loomis nos presenta la obra poética de Federico Juan Carlos Loomis, cuyas obras Oso, Catre, Boina, la “lograda” Luna y la “máxima” y “póstuma” Tal vez consisten solamente en las módicas palabras del título. Así lo explica y lo exalta HBD: “la fábula, el epíteto, la metáfora, los personajes, la expectación, la rima, la aliteración, los alegatos sociales, la torre de marfil, la literatura comprometida, el realismo, la originalidad, el remedo servil de los clásicos, la sintaxis misma, han sido plenamente superados”.  Loomis trasciende al hacer escuela: su continuador el girondiano Eduardo L. Planes firmará luego el poema Gloglocioro, Hrobfroga, Qul, en algún punto comparable a los afanes del Humpty Dumpty argentino, el Santiago Ginzberg de Gradus ad Parnasum, cuya poesía consiste en adjudicarle significados propios a palabras como “bocamanga” o “buzón” (que en los insólitos versos “¡Buzón! la negligencia de los astros / abjura de la docta astrología” vale por "casual, fortuitamente, no compatible con un cosmos"). A su vez, el cuento maravillosamente titulado Ese polifacético: Vilaseco presenta a un autor en la complementaria antípoda de Loomis: la sucesión de los títulos de los poemas del autor “tronchado en plena senectud” pinta la historia de la evolución de la poesía hispanoamericana durante el siglo XX… sólo que los poemas son todos el mismo.
Una similar postulación del absurdo de pretender superar el arte por vía de su disolución es el tema de El teatro universal, que comienza con una enumeración de grandes dramaturgos que termina funcionando como una cargada contra Florencio Sánchez, sólo por el obligado contraste: “Esquilo, Aristófanes, Plauto, Shakespeare, Calderón, Corneille, Goldoni, Schiller, Ibsen, Shaw, Florencio Sánchez”. Otro cuento que admite la misma clave es El ojo selectivo, donde la personal idea del arte del escultor “Antártido A. Garay” (sic) se expresa en la “escultura cóncava”, o sea “en el espacio o aire que había entre los moldes” y que admite además, por una grata coincidencia fonética, que presente a la admiración general… la Plaza Garay de Buenos Aires.
El gremialista es el texto más flojo del libro, un breve chiste sobre los arquetipos platónicos y anticipa el posterior cuento borgesiano El Congreso. Se afana en explicar la obra del doctor Baralt, seis volúmenes bajo la rúbrica Gremialismo (1947-54). Lo mejor del artículo es la notable frase “a uno la idea le parece rara; otro ya la sabía”, que Alejandro Dolina pidiera prestada para su uso en los títulos de presentación de La venganza será terrible durante 2007.
El Tulio Herrera de Lo que falta no daña postula la superación de la literatura contemporánea por vía de la hiperbolización de la elipsis: en su “novela conclusa ‘Hágase hizo’”, en la cual el autor trabaja las escenas para omitirlas; en el verso inicial de poemario Madrugar temprano, que es la reducción de todo un soneto a meramente Ogro mora folklórico carente. El final del cuento es extraordinario: “queda abierta asimismo la subscripción para un busto [del fallecido Herrera] en la fosa común de la Chacarita, obra del escultor Zanoni, que constará, aplicando a la escultura los módulos del llorado polígrafo, de una oreja, un mentón y un par de zapatos”.
Una “superación” comparable acontece en Un pincel nuestro: Tafas, quien, inspirado por la interdicción musulmana a la representación de la figura humana y por la memorable frase de Lumbeira (3), “fagocitemos bien la tradición antes de tirarla a los chanchos”, pinta vistas porteñas comunes para borrarlas y luego cubrirlas con betún. Tafas llega así a la abstracción, pero “superando” lo figurativo…
Los Ociosos y Los inmortales trafican con máquinas disparatadas. El tema del primero es un monumental artefacto de fierro, un Ocioso, ante el cual el observador “sentirá adentro como un leve latido y, si aplica la oreja, detectará un lejano susurro”. La idea tras el disparate es que “donde quiera que haya un Ocioso, la máquina descansa y el hombre, retemplado, trabaja”. (¡Cómo se le escapó esta idea a los adalides del arte conceptual, digamos a un Hans Dietrich Mannheim, o a un crítico de cine tan sesudo e innovador como William Petty!). Los inmortales comienza con una tomada de pelo a William Blake. En el supuesto relato El elegido de Camilo N. Huergo, que anticipa el desenlace del cuento de Bustos Domecq, el narrador visita en Chubut a un estanciero inglés, don Guillermo Blake, que “reputa que los cinco sentidos del cuerpo humano obstruyen o deforman la captación de la realidad y que, si nos liberáramos de ellos, la veríamos como es, infinita” y que, a partir de este aserto, se propone una tarea atroz que prefiero no revelar. Tras citar este cuento, HBD afirma que “me reintegro al meollo” y cuenta que va a ver al doctor gerontólogo Raúl Narbondo. En su consultorio, encuentra unos extraños cubos de madera que, siguiendo “la metodología del doctor Eric Stapledon”, son receptáculo de cuatro mentes, una de ellas la del Aquiles Molinari, quien protagonizara el mejor de los Seis problemas para don Isidro Parodi, Las doce figuras del mundo. “Reemplazados los componentes del organismo, corruptibles de suyo, por otras tantas piezas inoxidables, no hay razón alguna para que el alma, para que usted mismo, Bustos Domecq, no resulte Inmortal”. El Inmortal es, además de “cerebro”, “fórmica, acero, material plástico. La respiración, la alimentación, la generación, la movilidad, ¡la excreción misma!, ya son etapas superadas. El Inmortal es inmobiliario”.
El último cuento, De aporte positivo, no es especialmente memorable. Es uno de los más antiguos (fue escrito en los años 1950) y es una sátira sobre una revista que alguna vez existió, la publicación surrealista Letra y línea, que es acercada a HBD por un comisionista, Ortega, que debe retirarse intempestivamente de la finca del narrador…. porque lo corre un chancho (sic).
Demás está decir que recomiendo fervientemente la lectura de las Crónicas de Bustos Domecq que, bien en el estilo de las mismas, están íntegramente incluidas en este comentario, ya que pueden leerse haciendo clic aquí mismo.
 
NOTAS
(1) Farrel du Bosc era el nombre del inexistente crítico cuyas opiniones inventaban Borges y Bioy para las contratapas de los libros de una mítica colección de novela policial dirigida por ellos, El Séptimo Círculo de Emecé, cuando no contaban con cita útil alguna.
(2) Tulio Savastano es un personaje de los mencionados Seis problemas para don Isidro Parodi y de Nuevos cuentos de Bustos Domecq, la última colaboración de Borges y Bioy si no incluimos el Borges, que fuera editada en 1977.
(3) Lumbeira es un personaje de los dos cuentos del libro Dos fantasías memorables de Bustos Domecq, publicado en 1946 junto con el texto obra de su supuesto “discípulo” Benito Suárez Lynch, Un modelo para la muerte.