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Continuando la tradición iniciada con El Megalodón, aquí va un sencillo homenaje a Don Verídico, criatura del genial Juceca, don Julio César Castro, y a Marcos Mundstock. Otro aporte para esta humilde página de Patricio Flores.
- Esto del coronavirus nos lleva en el tiempo a una infección brava por un pescáu en mal estado.
- ¿Desde cuándo ha sido usted pescador, Don Verídico? ¿Y otra vez de vuelta con los peces?
- (Mirando al firmamento). He sido muchas cosas. También pescador.
- No quise ofenderlo. Por favor, continúe con lo que estaba diciendo.
- Un pescáu en mal estado. Pero era un pescáu de mar, no de río, como el de la vuelta anterior.
- ¡Ah! Alguien comió pescado de mar y enfermó.
- No tan simple como eso. El pescáu venía de algún océano, pongámosle del Índico. ¿Oyó usté hablar de las corrientes de aire?
- Creo que sí, pero no sé si sabría cómo asociarlo con el relato.
- … una corriente fuerte, que venía de lejos… como de la India… y se sumó a otra que venía de acá nomás, del Paraná. Y cuando dos corrientes de aire se juntan, se forma un tornáu. Ni le pregunto si sabe lo que es un tornáu, sería una pérdida de tiempo.
- Yo creo lo mismo.
- El tornáu, en el revoleo, traía de todo: hasta un autito le trajo al Remedios Escalado, que ni bien lo vio en el techo de su rancho, una vez que se repuso del asombro, le puso ahí nomás unos caños, lo acondicionó bien, le echó unos carbones en el baúl y lo convirtió en una salamandra. Fue el primer vecino en Monte Caseros en tener losa radiante y agua caliente ¡y todo gracias al tornáu!
- Qué notable a lo que puede llegar el hombre cuando se esmera…
- Así es. A propósito, este mate no podría estar peor cebado. ¡Esmérese usté! Continúo. El tornáu trajo de todo. Entre lo que trajo, vino un pescáu. ¿Qué iba a hacer uno con un pescau en esas condiciones?
- Es difícil contestar a eso.
- Llevarlo al agua, claro. ¡Usted lo viera al pobrecito! Me miraba como queriéndome agradecer el gesto. Pero algo pasó.
- ¿Y qué pudo haber pasado?
- Cuando ya estábamos ahí de la orilla, despidiéndonos, salió una yarará del tornáu. Se me vino directamente a los ojos. No supe qué hacer, jamás me había pasado algo parecido aunque recuerdo ahora ¡cómo olvidarlo! Aquel ataque de biguases del Amazonas.
- Perdón Don Verídico. ¿Cómo dice usted?
- Eran como quinientos más o menos contra un hombre y su cuchillo. Dejé que se acercaran. A la final, les perdoné la vida a cinco nomás, por pura piedá y para que cuenten la historia a los que quedaron en el Amazonas y que esto no volviera a repetirse.
- Que yo sepa, no se repitió jamás algo como eso.
- Continúo. Le decía, nunca había vivido eso de una yarará que se me viniera del aire directo a los ojos. ¡La viera usté cómo se venía, con los ojos saltones y los colmillos brillosos! Tuve que pensar rápido. Y no se me ocurrió mejor idea que usarlo al pescáu de visera.
- ¿Perdón? ¿Cómo dijo?
- Así fue le digo. Ahí mismo la yarará abrió bien grande la boca y se lo comió. Ni tiempo pa’ despedirnos aunque alcanzó a mirarme a los ojos como diciendo “no te culpes, yo hubiera hecho lo mismo si no fuera un pescáu. Pero así son las cosas”. Un instante antes de ser devorado alcancé a preguntarle el nombre: “Toribio Rosales” me dijo, “un servidor”. Así de gaucho era el Toribio. Éramos como hermanos. Aunque eso me salvó la vida, pero trajo los males que paso a relatarle.
- Perdón Don Verídico. Me quedé pensando en el nombre. Estamos hablando del pescado siempre ¿no?
- Yo no he hablado de otra cosa.
- Pero usted me dijo que venía del Océano Índico. Y el nombre pareciera como de criollo. Y hablaba en español… Todo esto es… un poco confuso.
- Es que el Toribio era de aquerenciarse rápido.
- … siendo así...
- Continúo. Se ve que el Toribio no estaba del todo fresco.
- ¡No me venga ahora con que encima de todo estaba mamado!
- … continúo. Se ve que el Toribio no estaba del todo fresco o quizás tendría algún bicho adentro en mal estáu. Nunca lo sabremos. Además, la yarará, con eso de venir volando en el tornáu, se la veía con los ojitos saltones como… como…
- Como empoderada.
- Póngale. Todavía no se había digerido al Toribio que ya salía porái a morder a todo lo que se le cruzaba. Eso inspiraba terror en el pueblo, y ni le digo la envidia que le tenían los yacarés. Me imagino que se preguntaban algo como “¿y desde cuándo que vuelan las primas? ¿Volaremos así nosotros alguna vez? ¡Mirá si las tortugas nos llegan a ganar de mano!” y cosas así. Retomo. Ése fue el infausto origen de la transmisión de aquel virus. Del pescáu a la yarará, de la yarará a algún carpincho, del carpincho al yacaré…y así sigue la cadena alimentaria hasta llegar al humano.
- Pero Don Verídico, ¿cómo pasó del yacaré al humano? No lo tome como una ofensa, es curiosidad nomás.
- (Cerrando los ojos, como apelando a una paciencia infinita). Del yacaré hembra a los huevos, de los huevos del yacaré a la vizcacha, de la vizcacha al frasco de vinagreta de Doña Tremebunda Guerra y de ahí al cristiano. Esa vinagreta venía con unos pancitos y una damajuana de tinto de regalo si la compraba por delivery. Así empezó todo. Con un pescáu, un tornáu y una yarará.
- ¿Y trajo alguna otra cosa el tornado?
- Si. A la Margarita Sánchez le trajo un novio. Raro el novio pero novio al fin y al cabo. Se ve que ella lo venía pidiendo de hace rato, algo de esto se comentaba.
- Como que el tornado cumplía deseos íntimos.
- Yo no diría eso. Además, yo no recuerdo haberle pedido un pescáu a nadie. Unos pesos alguna vez podría ser, pero no un pescáu.
- Ya me contó bastante del tornado. ¿Y qué me dice del virus?
- Era un virus raro.
- Faltaba que el virus terminara siendo sensato.
- No sé qué me quiso decir con eso, pero los mates empeoran. ¡Se ve que a usted lo habrá agarrao también el virus!
- No se enoje Don Verídico. Siga por favor con el relato.
- Apenas se lo veía. Hasta dos pasos de distancia se lo apreciaba, ya después, al virus se lo perdía en la inmensidad del monte. Calculo que ésa debía ser la famosa “distancia social”.
- ¿Y qué efectos producía?
- ¿El virus? Raro, a unos le daba como sueño; a otros les facilitaba para aliviar los intestinos.
- Complejo el virus. Y dígame ¿presentaba síntomas?
- ¿El virus?
- El infectado.
- (Cerrando los ojos, vuelve Don Verídico a apelar a su paciencia infinita). Y ya le digo. Ahí veía usté a uno dormido tirado bajo la sombra del árbol. Bueno, el virus. A otro lo ve tiráu en pedo en medio del boliche: el virus. A otro paisano disparando a los cañaverales. El virus. Pa’ qué hablar de síntomas si sobran las evidencias. Disculpe le hable así pero su pregunta deja bastante que desear.
- Tiene razón.
- Pero mire. Lo mejor de todo, es que el tornáu se fue al fin y al cabo. A todos nos dejó algo.
- Habrá que ver qué es lo que nos deja este coronavirus.
- Habrá que verlo nomás. Y todavía falta bastante.
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