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Cine Braille

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Todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia

WILLIAM PETTY, EL CRÍTICO NÚMERO UNO

La que sigue es una semblanza de uno de los más particulares críticos cinematográficos de las últimas décadas, alguien que convirtió la crítica en una forma de arte… siquiera por el absurdo. [Publicado en Televicio Webzine en setiembre de 2010].

 

- ¿Café, té, whisky, cerveza? Es muy importante para mí que mis entrevistadores beban. Así, teniendo la boca ocupada, tienen menos tiempo para preguntar estupideces.
No recuerdo bien qué contesté a esta particular manera de romper el hielo. Salí del paso como pude, y creo que terminé realizando una buena entrevista. (No puedo olvidarme de uno de los conceptos: “hay dos clases de vandalismo, el negativo y el positivo. El primero es el de los vándalos antiguos, que destruían obras de arte; el segundo, el de los vándalos modernos, que las crean”). Era Nueva York, era agosto de 1992, las Torres Gemelas estaban en su sitio y William Petty, el crítico cinematográfico más renombrado de su generación, estaba de buen humor: se había casado hacía un mes y venía de grabar una pequeña participación en un capítulo de Seinfeld, representándose a sí mismo. En esa época, su desprestigio era tan grande que se decía que algunos productores le ofrecían sobornos para que demoliera sus películas, confiando con ello en atraer a multitudes. ¿Quién era este personaje singular, fallecido hace siete días?
William Edgard Petty había nacido en Garlic Cloves, una colonia de inmigrantes californianos en Chubut, Argentina, en 1960. No guarda ningún recuerdo de dicho país sudamericano, porque a los 2 años de edad viajó con sus padres a Filadelfia, Estados Unidos, donde vivió hasta su temprana juventud. Allí su padre (que había abierto un restaurante) llegó a un acuerdo comercial con uno de los cines de su barrio, por lo que, en retribución, solía contar con entradas gratuitas para asistir a las funciones sabatinas. El pequeño Petty se acostumbró entonces a ver dos películas por sábado, sin contar concurrencias pagas en otros días de la semana ni emisiones televisivas: Sergio Leone, Peckinpah, Altman, Kurosawa, Kubrick, Coppola, Spielberg, David Lynch, se hicieron parte de su vida tanto como la escuela, el parque de diversiones, las primeras fiestas adolescentes, los primeros shows de bandas de la Costa Este como Ramones, Television o Talking Heads. En 1978 se fue a estudiar crítica de cine a Nueva York; para sostenerse, escribió sus primeras críticas para sórdidos punkzines como Dirty DoZen, Mother(in-law)ship o Punk Genocide. En el número de enero de 1979 de este último escribió una crítica de Superman de Richard Donner que comenzaba así: “es conocido por todos que, en chino, ‘crisis’ se escribe con el mismo ideograma con el que se escribe ‘oportunidad’; menos conocido es que, en ese mismo y venerable idioma oriental, ‘superbodrio’ se escribe con el mismo signo que Superman”. La crítica fue muy comentada en ese entonces, en especial en el ámbito de la escuela donde estudiaba crítica de cine, que era propiedad de… la esposa de Richard Donner. Petty abandonó el cursado en aquellos días, contando a lo largo de los años varias historias acerca de los motivos: que fue expulsado (algo que años después él mismo calificó de falso), que necesitaba el dinero que abonaba en la escuela para pagarle un aborto a una novia, que decidió que “no iba a permitir que el estudio entorpeciese su búsqueda del conocimiento” luego de una discusión con un profesor acerca de quién había dirigido la filmación de cierta escena de El mago de Oz.
Sus primeras reseñas revelan ya una mordacidad infrecuente y una personalidad que se complacía en las vueltas de tuerca: escribió una crítica de Manhattan de Woody Allen que comenzaba afirmando que no vio la película “para que ello no influyera excesivamente en mi opinión sobre la misma”, dedicó el comentario de Escape a la victoria de John Huston casi exclusivamente a exponer una muy personal teoría sobre la ausencia de punteros en el fútbol de la época, hasta elogió encendidamente a Rocky II… por su carácter de “hilarante versión paródica de Rocky I”. Una parte no despreciable de las obras reseñadas eran del género porno: difícil olvidar su observación de que “Analien, extraña quimera resultante del sueño de un amante del terror, la ciencia ficción y el pornosoft europeo, es sin duda el filme que ha incitado más masturbaciones por cuadro en toda la historia del cine”.
Cuando en 1981 recibió una propuesta para convertirse en el crítico del Daily Enquirer de Filadelfia, Petty sintió que al fin podría comenzar a vivir de sus notas: hasta entonces, sobrevivía a partir de trabajos eventuales y odiosos, que por lo general le impedían ir al cine o redactar sus comentarios, y que motivaron su famosa frase de que “el trabajo es el refugio de todo aquel que no tiene nada para hacer”.
Sus críticas generaban bastante revuelo en su ciudad, en especial por mandobles como “Milos Forman es un genio, sólo que evita ejercer de tal en sus filmes”, o “para Wim Wenders, el aburrimiento no tiene secretos”. A partir de 1984 se hizo cargo, además, de las páginas de jazz del Enquirer, pese a que sus gustos seguían pasando por el punk: así y todo, logró ganarse la amistad de nada menos que Ornette Coleman. No le fue tan bien cuando expandió aún más el campo de sus análisis: la crítica de fiestas de casamiento, que comenzara con el suyo en febrero de 1985, le valió un par de palizas, por no hablar de su propio divorcio tras apenas cuatro días de matrimonio. Una polémica con el prestigioso crítico de la revista Time, Richard Corliss, le ocupó casi todo el resto de ese año… literalmente: cada una de sus reseñas de ese año se fue en invectivas directas o indirectas contra su rival. Corliss le respondía con notas tituladas On William’s Petty Ideas (1) numeradas correlativamente: llegó hasta On William’s Petty Ideas XVII.
Durante 1986 vivió un romance con la actriz holandesa Maruschka Detmers, que disfrutaba entonces de un momento de gran popularidad mundial debido a cierta escena subida de tono de la película Con el diablo en el cuerpo, de Marco Bellocchio. Petty me contó en el reportaje mencionado al comienzo de este artículo que la relación terminó el día que la Detmers le dijo: “yo abandoné a mi novio anterior por ti porque él era un erotómano imprevisible, insensible, excesivamente independiente, con una autoestima insoportablemente elevada… y tú, por suerte, no eres nada de eso”.
En 1987 editó una recopilación de sus críticas, Petty Movies [“las películas de Petty”, pero también “las películas insignificantes”] y participó como jurado del Festival Bianual Vía Anal de Cine Porno del pequeño y exclusivo balneario de Verga de Dios, en Andalucía, teniendo además el honor de entregar el principal galardón, la Concha de Oro. Ese año emprendió una serie de notas, destinadas a la edición dominical del Enquirer, en las que aplicaba técnicas de la crítica cinematográfica a las más inverosímiles situaciones de la vida diaria: fue así que, entonces, censuró la falta de originalidad del argumento de un atardecer, abominó de la ausencia de emotividad de una cita con su dentista, alabó la espontaneidad de una masacre causada por un mecánico desocupado. Un día afirmó que “la vida es como una obra de teatro cualquiera, sólo que por lo general tiene un reparto deplorable”.
Es el momento de aclarar que sus opiniones eran seguidas menos por el valor que se les asignaba que por su carácter incivil y divertidamente incorrecto. Una de ellas, que fue tan aclamada como criticada, es la siguiente declaración, formulada a David Letterman en su programa de TV: “no se debe hablar mal de los muertos, sólo bien, así que… ¿qué puedo decir de Fassbinder? Nada”. En 1990 presentó a la ABC el proyecto de una serie policial, Inspector Barthez, protagonizada por su amigo David Carradine, que terminó siendo el fracaso más clamoroso de la temporada televisiva 1990-91: los productores, desorientados por los resultados de algunos focus groups y los análisis de ratings minuto a minuto, le obligaron a hacer tantos cambios que la serie se transformó de policial contemporáneo en comedia romántica ambientada en los años ’50. Inspector Barthez le restó tanto crédito que el Enquirer lo despidió a fin de ese año; no hubo crítico ni criticado que no le devolviera con usura todas sus pasadas agudezas. Gracias a un amigo, consiguió trabajo pronto en un pequeño diario de Beverly Hills, el Post. Gracias a otro amigo, consiguió un contrato para escribir un curso de crítica cinematográfica para las Easy Academies: le fue cancelado tras entregar 134 fascículos, cuando la empresa se dio cuenta de que Petty no tenía planes de terminar el curso mientras no tuviera asegurado otro ingreso. Fue por esa época que lo entrevisté: recuerdo que me dijo, con una sonrisa, que “hay tantas cosas en la vida más importantes que el dinero... ¡Pero cuestan tanto!”.
El final de los años ’90 lo encontró molesto consigo mismo, hastiado, necesitado de un revulsivo: lo halló en el primer episodio de la trilogía Matrix, de los hermanos Wachowski, en 1999. Por esos días comentaba los estrenos cinematográficos en un canal regional de Pittsburgh, Pensilvania, y decidió presentar su análisis de la película de una manera que prefiguraba a El arca rusa de Aleksandr Sokúrov: ingresó a la sala cinematográfica con una cámara digital y se filmó (en una sola toma) haciendo observaciones sobre la trama, las actuaciones, la fotografía, los efectos especiales, los diversos avatares de la idea de que la realidad aparente es un simulacro (desde el mito de la caverna de Platón hasta el gnosticismo, el psicoanálisis y El péndulo de Foucault de Umberto Eco). Petty editó su comentario bajo el título de Petty’s Matrix, alcanzando un importante éxito en el mercado de screeners de la Costa Este de Estados Unidos y creando un nuevo nicho: el de los extra - screeners, algo así como el DVD de extras de un screener.
Con el estreno de Memento de Christopher Nolan, en enero de 2001, Petty introdujo una innovación en el campo de la crítica cinematográfica: publicó en el Beverly Hills Post dos comentarios del filme, en columnas paralelas, siendo uno de ellos favorable y el otro adverso, pudiendo el lector elegir el que le pareciera más valioso. Ambas críticas giraban alrededor de los mismos conceptos, sólo que con acentos diversos: donde un comentario veía en el filme una “muy ambiciosa apuesta”, el otro percibía “una apuesta pretenciosa”; la estructura de la película era “compleja” en una columna y “rebuscada” en la otra; Memento era para Petty tanto “una excelente y peculiar película noir” como “un filme que, como la pérdida de la virginidad, sólo se puede disfrutar, cuanto mucho, una vez…”. Las dos reseñas de La momia regresa eran despiadadamente críticas: pero mientras una hacía foco en el carácter pasatista de la película, la otra lo hacía en la mala calidad del filme como producto de entretenimiento.
Hacia mediados de la primera década de este siglo desarrolló una técnica para aprovechar mejor su tiempo disponible para ver las películas que le agradaban: escribía las críticas de los filmes que no le interesaban a partir de los trailers. Hay que decir que nadie notó la diferencia, si bien algunas reseñas producían en el lector una sensación extraña: las de Crash de Paul Haggis y Babel de Alejandro González Iñárritu eran casi iguales: ambas contenían dos versiones de una misma (y erudita) disquisición acerca de las historias corales. Tal vez por el uso frecuente de esta particular técnica, Petty pronto se encontró escribiendo reseñas de obras en proceso de filmación, partiendo de los nombres del director y el guionista, del elenco y de una idea somera del argumento: ustedes juzgarán si resultó prematura su observación de que “El Código Da Vinci es un ejercicio de adaptación del thriller libresco a la Umberto Eco al paladar pochoclero del espectador medio americano, sazonado con un poco de antipapismo anglosajón convenientemente añejado desde la época de Enrique VIII”. Al año siguiente dio un paso aún más lejos…
… porque en 2007 editó un nuevo libro, Back to the future movies (traducido al español como Volver al futuro del cine). En él, Petty reseña 89 películas… que todavía no han sido ni siquiera imaginadas (salvo por él, claro). En esos 89 capítulos hay lugar, por citar algunos casos, para una nueva versión fílmica de la novela dipsómana Bajo el volcán de Malcolm Lowry protagonizada por Nick Nolte; para otra de Escupiré sobre vuestras tumbas de Boris Vian, libro que le encantaba, dirigida por (gran idea) Quentin Tarantino; para tres versiones animadas de los Episodios VII a IX de La Star Wars (a las que demuele con delectación); para (otra) escandalosamente volcánica remake de El cartero llama dos veces con Benicio del Toro, Scarlett Johansson y David Carradine, y con la dirección de Robert Rodríguez. El libro tuvo aceptables ventas, y todo hacía prever un futuro venturoso para Petty... hasta hace hoy una semana.  
El testimonio de la esposa de Petty, Rachel, afirma que el crítico fue encontrado muerto en su estudio, adonde se había encerrado a mirar el DVD de una vieja película francesa de 1959, Escupiré sobre vuestras tumbas, de Michel Gast. Que la muerte lo haya sorprendido viendo un filme sobre una obra que lo apasionaba parece un caso de justicia poética, más aún porque el autor de la novela, el citado Vian, falleció precisamente mientras observaba el estreno de la película de Gast. (“Murió en su ley”, tituló el Beverly Hills Post). El problema es que la muerte de Petty es ciertamente un caso de justicia poética, pero de orden diferente al conocido a través de los medios.
Porque Petty, el amigo y admirador de David Carradine, el degustador del cine porno… en realidad fue hallado muerto desnudo, con una cuerda atada al cuello, otra a los genitales y ambas a un armario. Exactamente como el actor de la serie Kung Fu y la saga Kill Bill, quien falleciera en un hotel de Bangkok el 3 de junio de 2009.
Murió en su ley.
 
NOTAS
(1) On William Petty’s Ideas se traduce “acerca de las ideas de William Petty”;también es un sarcástico juego de palabras de Corliss, ya que significa “acerca de las insignificantes ideas de William”. [William Petty, en español, sonaría algo así como Guillermo Insignificante, o Guillermo Nimio].