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FALTA PROMISCUIDAD

No sé si será un efecto de la creciente, imparable tendencia a la segmentación que muestran los medios masivos, pero... alguien tiene que decirlo: falta promiscuidad, falta darse permiso para disfrutar. Los chicos de hoy viven en un exceso de fidelidad, que por otra parte es algo que no se debe prometer y menos aún jurar: hay que ganársela todos los días. Y claro: ¿cómo le vas a jurar amor y fidelidad eternas a sólo una banda o sólo un solista? ¿Sabés todo lo que te estás perdiendo?

Miraba hace unos días declaraciones televisivas de los integrantes de esa joya de los comienzos del rock argentino llamada Almendra. Luis Alberto Spinetta y compañía hablaban de su adolescencia y de su devoción por los Beatles, pero también recordaban haber ido a ver la ópera "María de Buenos Aires", de Ástor Piazzolla y Horacio Ferrer. A Emilio del Guercio le encantaban el Dúo Salteño y el Cuchi Leguizamón, así como la entonces llamada "proyección folklórica" de Waldo de los Ríos; Spinetta también decía que, al grabar "A estos hombres tristes", tenían en mente sonar un poco como... el Modern Jazz Quartet.

Esta sabrosa, si se me permite, "promiscuidad auditiva", resulta también muy clara en el caso de otro de los músicos cruciales del rock argentino, Charly García. "Vida", de Sui Generis (1972) demuestra a cada surco haber escuchado atentamente a los Beatles, James Taylor, Elton John. "Instituciones" (1974) a Genesis, Yes y Emerson Lake & Palmer; "Películas", de La Máquina de Hacer Pájaros (1977) a Vanilla Fudge, Steely Dan y (otra vez) Piazzolla; saltando una década, "Parte de la religión" (disco solista de 1987) recuerda al Prince de entonces. Sumo cortejaba el punk y el reggae, pero Luca Prodan también podía hablar horas de Pink Floyd, Nick Drake o Canned Heat. Entre los ídolos de Fito Páez están García, Nebbia, Spinetta y los omnipresentes Beatles tanto como Hugo Fattorusso, Frank Sinatra, Jobim, Serrat, Goyeneche... (Sí, también Piazzolla). En sus últimos discos, Andrés Calamaro se da el gusto de homenajear a, entre otros, Almendra, Bob Marley, los Beatles, los Rolling Stones, Mores y Discépolo, Vox Dei, Atahualpa Yupanqui... Etcétera.

Podría seguir con otros ejemplos (el de los propios Beatles ocuparía párrafos enteros) pero creo que está demostrado el interés de generaciones anteriores de rockeros por abrir sus orejas, por no contentarse con los primeros gustos, por ir siempre por más. Y acá es adonde quería llegar, más allá del chiste menor del comienzo de la nota: los rockeros más jóvenes de hoy parecen tener gustos demasiado homogéneos y del todo previsibles. Al fan de La Renga seguramente le gustan Pappo y AC/DC, muy probablemente también Divididos, y tal vez Intoxicados o Los Piojos o los discos más cuadrados de Los Redonditos de Ricota (¿"Momo Sampler"? Hmmm....): en cambio, no me parece que sea muy común un rengo rabioso al que también le gusten Radiohead, Moby o Bajofondo, por no hablar de (¡horror!) Gustavo Cerati. ¿Bersuit Vergarabat? Cierto, es una banda con una paleta de estilos bastante más amplia, pero la verdad, veo a sus fans más propensos a expandir sus gustos por su lado más cumbiero que por el más spinettiano. Y a la mayoría de los seguidores de Cerati les cabe las generales de la ley: ¿cuántos de ellos comparten con el ex Soda su gusto por la zamba o el carnavalito, por no hablar de - ¡sí! - Pappo's Blues?

Todavía peor es el caso de aquellos que adoptan esa estupidez más bien futbolera de hacerse hincha de una banda como si fuera el club del barrio, de preocuparse más por los famosos trapos que por la música o las letras, y de gritar que los seguidores de todas las otras bandas son putos. A la gente que es capaz de castrar sus gustos de tal manera, sólo cabe compadecerla. Debe ser difícil vivir una vida así de vacía.

Y conste que no salimos de gustos musicales y no entramos en lo importante que sería, para un músico, ir seguido al cine, o ver películas en DVDs, o leer poesía, novela, cuento, ensayo, todo lo que se cruce por delante. Sintetizando, este artículo apunta a señalar la necesidad de que todo músico adopte una actitud abierta, a años luz de la rutina. Parece haber demasiado miedo a equivocarse, demasiada complacencia en pisar terreno seguro: la antítesis de lo que toda la vida se tuvo por la actitud de un rocker.

Lo peor de todo es que se trata de una actitud aprendida: ningún chiquito ejerce doctrina alguna cuando se trata de gustos. Si hay algo que un nene jamás puede controlar, es su curiosidad: a ninguno de ellos se le ocurre nunca que tener un gusto puede impedirle tener otros. Esa inocencia, esa apertura ante los mundos reales e imaginarios es lo que me parece que falta.

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