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LA CORRUPCIÓN, SEGÚN JULIO ARGENTINO ROCA
Con ustedes, la opinión de quien fuera dos veces presidente de la Nación acerca de la corrupción en los asuntos públicos. No, no tuvimos que recurrir a la banda ancha médium de 6 megas de la Escuela Científica Basilio: apenas al libro "Soy Roca", la novela biográfica de Félix Luna. Adelante, general.
Me han dicho que en su época hay gente como Leandro Alem, que hunde con deleite su puñal de malevo suburbano en el fácil tema de la moral pública. Mire, a mí me marcó profundamente lo que una vez dijo Mitre, nuestro primer ciudadano: “hay que tomar el país tal como Dios y los hombres lo han hecho, esperando que los hombres, con la ayuda de Dios, podamos mejorarlo”.
Una vez abandonada la presidencia, quise probarme como estanciero. Mi aspiración era amasar una fortuna propia, pero no por mera codicia, sino para que me hiciera invulnerable a cualquier cambio político y preservara a mi familia y a mí de las mudanzas de un país como el nuestro. Y por esa misma razón maniobré para asegurar mi sucesión. Todo presidente desea dejar en su lugar a un amigo. No siempre puede, pero sería tonto no intentarlo. Hay una obra de gobierno que se valora, por deleznable que sea, hay intereses para proteger y situaciones personales que piden ser mantenidas.
Nosotros no fuimos santos, desde luego, y hubo mucha basura en los enjuagues que tuvimos que hacer, pero siempre tratamos de ocultar esa basura para que el pueblo no perdiera la fe y el respeto por sus dirigentes. El presidente Figueroa Alcorta, en cambio, mostró en toda su crudeza los auténticos resortes de la política, y puso en descubierto la codicia y la cobardía, la obsecuencia y la hipocresía, la mezquindad y la estupidez, toda la resaca del espíritu que a veces ensucia a los hombres públicos y también a los que no lo son. Al hacerlo, destruía el misterio de la autoridad, esa clave del ejercicio del poder que yo descubrí tempranamente en mi vida, cuando era un joven capitán. Hizo que los argentinos ya no respetaran a sus dirigentes. Era como si los hijos pillaran a su venerado padre manoseando a la mucama… Aunque hubiéramos tenido éxito en la construcción de un gran país, ahora todos podían señalar nuestras flaquezas, nuestra vulnerabilidad. Éramos como cualquier quidam, habíamos dejado evaporar el óleo que mágicamente nos había ungido con un signo de superioridad sobre nuestros contemporáneos.
Vea: cuando se proyectan grandes empresas y circula mucho dinero o y el éxito o el fracaso de los planes depende de la decisión final de políticos o funcionarios, es inevitable que haya soborno o que se lo presuma – lo que es igual –. Durante mis dos presidencias traté de que no lo hubiera, pero no me habría escandalizado porque la corrupción es propia de la naturaleza humana y en el campo de la cosa pública hay que ocultarla para que el pueblo no pierda la fe en sus gobernantes. De todos modos, aunque haya habido manejos dolosos durante mis gobiernos – lo que no me consta – ello no invalidaría lo que se hizo ni la inteligencia que articuló mi gestión.
Estar en el poder importa, entre otras cosas, favorecer a los propios y no decepcionar a quienes confiaron en nosotros. Hubiera sido ridículo colocarme en actitudes de vestal respecto de los tratos con, por ejemplo, mis hermanos. No me hago el menor reproche por haber intercedido ante el presidente uruguayo Santos por el proyecto de ampliación del puerto de Montevideo que presentara mi hermano Ataliva, o por haber favorecido a mi hermano Rudecindo en la obtención de grandes extensiones de tierras en Misiones. Hay favores que un gobierno sólo puede pagar con actos de gobierno, como eran en aquella época las concesiones de tierras fiscales. Lo digo entonces sin ningún empacho: los Roca nos enriquecimos durante mi primera presidencia. Pero nuestra prosperidad marchó paralela a la del país y no se fundó en actos contrarios a la ley. Simplemente se debió a esa magia que en toda época y en todo lugar del mundo facilita las cosas a aquellos que se aposentan en las cercanías del poder, y siempre consideré que nuestra prosperidad era una recompensa merecida.
¿Las críticas de la prensa? En mi época, un solo diario, La Tribuna Nacional, me apoyaba. No me importó demasiado. No creo que la historia comparta los epítetos que recibí. Si uno leía los diarios y escuchaba a los quejosos, parecía que estábamos al borde de la ruina cada uno de los años de mi período. Pero yo olfateaba que la gente estaba contenta, que nadie daba mayor importancia a los lunares de mi régimen pues campeaba una prosperidad que las voces opositoras no podían opacar; además, los argentinos son así, rezongones, veleidosos, descontentos, y en materia política suelen aplaudir lo que han perdido y no lo que están gozando.
[Fuente: "Soy Roca". Félix Luna. Debolsillo, 2005. Editorial Sudamericana 1989. Hice unos muy pequeños retoques por razones de legibilidad: las frases están extraídas en forma casi textual].
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