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JORGE RAFAEL VIDELA, 1925-2013
No tengo nada nuevo para decir sobre uno de los mayores criminales de la historia de América; prefiero remitirme a lo que ya escribiera el año pasado, al respecto de unas polémicas declaraciones periodísticas que hoy suenan a un tan mediocre como tétrico testamento. Sí creo tener algo para decir con respecto a las repercusiones de su muerte, más allá de lo ya señalado por casi todo el mundo con respecto a lo trascendente que es para el imperio de la verdad y la justicia que el dictador haya muerto en una cárcel, purgando condena por sus crímenes. (Como apuntara Lucas Carrasco, el kirchnerismo no debe ser sólo relato: con meros relatos no se restablece la posibilidad del juzgamiento del terrorismo de Estado de 1976-83, posibilidad que casi le costara la presidencia, y con ello la vigencia de la democracia, a Raúl Alfonsín en 1987).
En primer lugar, notar la absoluta ausencia de reivindicaciones públicas de su figura, algo inimaginable no ya en 1980, sino en 1987, 1994 o hasta 2002. El dictador se fue de este mundo sin despertar otros lamentos que los de su familia y los de las patrullas perdidas del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional. En segundo lugar, notar que su muerte no despertó mayores comentarios fuera del pequeño y cerrado mundo de los medios y las redes sociales, que tienen (sufren) una lógica autónoma: la mayor parte de la sociedad argentina hace rato que dio vuelta la página de los crueles años 70, confinándolos a la bienvenida rutina de los juicios contra los partícipes del exterminio y a esporádicas y cada vez más disonantes reapariciones en el discurso público. Y esa es otra buena noticia: el punto final no lo da ni el olvido ni la amnistía, sino la justicia.
(Al releer lo escrito en el párrafo anterior, entendí que debía morigerar un poco su tono optimista: una de las razones por las cuales de ningún modo entiendo los festejos por la muerte de criminales como Videla o Massera es que se marchan de este mundo llevándose consigo el secreto del destino final de miles de sus víctimas. Es muy probable que nunca sepamos qué fue de muchos, demasiados, de los desaparecidos. Cada muerte de uno de estos asesinos es una posibilidad menos de que esa herida cierre algún día).
En tercer lugar... Una de las razones por las cuales no quise escribir nada nuevo acerca de Videla es el fastidio que me provocaron dos tipos de reacciones exteriorizadas en las redes sociales, ambas muy previsibles. Una es el insulto destemplado, el escarnio y hasta el festejo de gente que no había nacido cuando Videla le entregó a su secuaz Viola la presidencia usurpada en 1976, o de aquellos cuya actividad opositora durante aquellos años atroces fue inexistente. (Es decir, todo el mundo, incluyendo a mis padres y familiares cercanos, y excluyendo solamente a los organismos defensores de los derechos humanos, a los sindicalistas que lideraron las huelgas generales de 1979 y 1982, a unos muy pocos políticos, a unos pocos periodistas... y al rock argentino, que no se calló cuando era conveniente hacerlo. Hoy, a Videla lo critica cualquier gil, chicas, muchachos. Hasta Macri). La otra deriva de la transformación de la pose antiprogre en cool, una vez que la pose prokirchnerista dejó de serlo por simple síndrome matusalénico: el cinismo de reducir la política de derechos humanos desplegada desde 2003 a simple relato o a ocasión de asegurarse un buen pasar en la vejez, o de pretender que los negocios de Néstor Kirchner con Lázaro Báez convierten al encarcelamiento de verdaderos asesinos seriales como Alfredo Astiz o Luciano Menéndez en mero entretenimiento para la gilada. (Al menos ninguno de estos niños sin duda muy terribles se atrevió a revindicar a Videla. Aún).
En fin, Videla murió, la vida sigue, YPF sigue, la Asignación Universal sigue, las paritarias siguen, la inflación parece que sigue pero menos, las incógnitas sobre el futuro de la economía argentina siguen, los negocios espurios de funcionarios públicos siguen y no sólo en Santa Cruz, y la popular y divertida telenovela de Canal 13 de los domingos a la noche también sigue. Aunque lo de los aviones con bolsas llenas de euros crocantes y las bóvedas atiborradas es un poco demasiado fantasioso, poco realista ¿quién se lo va a creer?
Videla murió, el país sigue, la vida sigue. Y ya Videla no puede hacer nada al respecto. Como diría Miguel Abuelo, somos libres ¿Y ahora qué?
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