Reseña crítica: A una pensión familiar llega un día un hombrecillo de tímido aspecto. La pensión es casi una familia de la que entra a formar parte conquistando el afecto de todos. Pero un día, la vida rutinaria se conmueve cuando el inofensivo pensionista comienza a recibir misteriosas cartas de amor, a influjo de las cuales comenzará a vivir una extraña aventura. En 1958 el cine ya había tenido sus clases magistrales sobre punto de vista y capas narrativas, por ejemplo, la de Billy Wilder y Akira Kurosawa en SUNSET BLV. (El ocaso de una vida-1950) y RASHÔMON (Rashomon-1950), respectivamente, con el escalón superador aportado por Stanley Kubrick en la narración repetitiva de THE KILLING (Casta de malditos-1955). Habiéndolos madurado, Soffici pareció querer poner en práctica estos postulados de gran cine y bastante adelantados a su tiempo. De esta manera plantea una trama circular, cuatro narradores (uno de ellos, Canegato, exponiendo su historia encapsulado dentro de la narración de la dueña de la pensión), todos compareciendo ante un innominado inspector que en la novela será Baigorri. La tensión de la historia va en ascenso, picoteando el relato en diversos tópicos temáticos, sin duda, en la superficie figuran el costumbrismo, lo melodramático, el apunte social del microuniverso de la pensión "La madrileña", la meditación sobre la naturaleza humana (con la cita pirandelliana en boca del propio Canegato: "Ese es el privilegio del arte, poder fijar la fugacidad de la vida"). Pero poco a poco van cediendo a la intriga y al misterio policial, con notas psicológicas y sórdidas, que de eso se trata el policial. Al respecto, un espectador actual podrá tal vez encontrar una debilidad lógica en la apertura mental del inspector (Julián Bourges), inédita para un oficial de la ley, y es que el personaje no está muy desarrollado pero siendo la observación psicológica una de las especialidades del inspector Baigorri, décadas más tarde protagonista de la serie perdida DIVISIÓN HOMICIDIOS, este detalle se justifica plenamente. El último narrador, la propia "Rosaura" (impagable Susana Campos), lo hace póstumamente desde una carta, que permite que la historia se termine de construir aunque no durante el tiempo cinematográfico que dura el metraje sino en la mente y la imaginación de cada espectador, tal es la maestría que Soffici y Denevi lograron en este cuasi opus magno del cine argentino. [Cinefania.com]
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