Reseña crítica: "La culpa hace milagros," dice Trevor Reznik (Christian Bale, que adelgazó 20 kg para interpretar esta película) y sonríe. Aparentemente es una pizca del refranero popular, pero en verdad, ha dicho la clave de la película. La historia de Trevor es la de un perdedor nato. Hace un año que no duerme bien por un problema de insomnio. Trabaja en una fábrica en la que se encarga de operar maquinarias industriales. Es vapuleado por su capataz (Craig Stevenson) y es objeto de críticas por parte de sus compañeros de trabajo. Su único sol sale cada noche que se encuentra con Stevie (Jennifer Jason Leigh), una prostituta amiga. Hasta ahí su vida ordinaria y gris. El cambio se inicia cuando se encuentra con Ivan (John Sharian), nuevo operador que provoca una distracción a Trevor, que sin querer acciona una máquina que le cercena el brazo a un compañero (Michael Ironside). Será el comienzo de un espiral de paranoia y obsesión, en la que Trevor irá tratando de descubrir una supuesta conspiración en su contra, que posee ribetes kafkianos. Ni los post-it que encuentra pegados en la puerta de su heladera (escritos quien sabe por quien), ni la misteriosa inclinación por encender cigarrillos en su automóvil, ni la costumbre de ir a tomar un café al aeropuerto a la 1 y media de la madrugada (donde es atendido por una bonita camarera), serán símbolos ilegibles a primera vista, pero en la fría conclusión, todo será tan claro como un mapa. La sustanciosa historia cuenta con una dirección sumamente inspirada, una fotografía en tonos azulados que provoca aprehensión, una banda sonora acorde a los depresivos climas inspirados en Dostoievski, y una interpretación magistral (el citado Bale) que no solo pasa por su penoso estado físico sino también por su gesticulación, que sirven para proyectar la compleja psicología de un obseso. [Cinefania.com]
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