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Cine Braille

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Todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia

DOS AMIGOS

“Borges”, de Adolfo Bioy Casares, es una celebración de la amistad; en particular, de la larga y provechosa amistad entre dos de las más grandes figuras de la literatura argentina. El diario que Bioy Casares llevó de sus encuentros con Jorge Luis Borges durante casi cuatro décadas (1947-1985) rebosa vitalidad: ocurrencias brillantes, prejuicios indignantes, divertidas arbitrariedades, chismes malvados, discusiones inspiradas, versos de letrina, relámpagos de puro genio… ¡Qué lástima haber terminado de leerlo!

 

“Borges siempre me precave contra la tentación de tomar demasiado en serio nuestro trabajo: todo debe hacerse, pero discretamente, en los ratos que deja la vida”. Lunes 27 de octubre de 1958.

 

No pretendo ofrecer una reseña del libro sino una visión personal, así que me ahorraré extenderme en cuestiones que ya son de conocimiento virtualmente universal, como los paralelos con la “Vida del doctor Samuel Johnson” de Boswell o la insistencia de Borges en emprender sangrientos riffs sobre (contra) Ernesto Sábato. Sólo recordaré, en beneficio del eventual y acaso inexistente lector que ignore todo acerca de este libro, que sus 1596 páginas (sin contar notas) están organizadas en entradas fechadas, y que el comienzo de cada entrada, casi como un eco de las palabras rituales que sancionan el pasaje de una noche a la otra en “Las Mil y Una Noches”, suele ser “come en casa Borges”.
En el principio, una constatación: más allá de la insólita y deliciosa felicidad verbal de la mayoría de las frases pronunciadas por ambos, en especial al referir maldades (el 11 de junio de 1967 Borges afirma sobre Victoria Ocampo que “su incomprensión es enciclopédica”) es muy notorio que el mundo íntimo de ambos es un mundo literario, y que cuanto más se alejan de la literatura, más débiles parecen sus argumentaciones. Sólo haría una excepción con el cínico saber que Bioy (un mujeriego notorio) tenía de los asuntos del amor; por su parte, Borges da a menudo la sensación de no haber podido salir jamás de la decimonónica biblioteca de su padre, un culto mitrista anglófilo y agnóstico, devoto lector de Sarmiento y Herbert Spencer: sus opiniones políticas podían parecer cada vez más exóticas u ofensivas a la mayoría de sus contemporáneos a partir de los años ’50 pero, en cambio, podrían haber sido compartidas sin problemas por muchos buenos burgueses de la Buenos Aires de fines del siglo XIX. Por caso, su creencia en la inferioridad racial de los pueblos originarios americanos y africanos y en la superioridad de los pueblos germánicos como los ingleses o los alemanes, en la inviabilidad de la democracia bajo un sistema electoral genuinamente universal, en la negación de la existencia de conflictos de clase (Bioy, 14 de junio de 1956: “he notado que hoy la gente busca las causas sociales de los hechos políticos; éste es un proceder intelectual y bastante raro; no creo que siempre se empleara; antes la gente explicaría esos hechos por los individuos”; Borges, 11 de octubre de 1969: “todos los caudillos de las montoneras estaban en contra de España, pero también en contra de Buenos Aires, porque querían ser señores de hacha y tiza en sus provincias. Ésta es la explicación del federalismo” - sic).  
(Derecha: Borges en el porteño barrio de San Telmo, 14 de abril de 1974, fotografía de Adolfo Bioy Casares, incluida en el libro. Nótese el texto escrito en la pared y la expresión de Borges. ¡No se puede negar el sentido del humor de Bioy!).
En el caso de Bioy, hay dos aspectos de su vida que resultan ineludibles si uno pretende entender sus regresivas posturas políticas o sociales: su posición acomodada y su genealogía patricia en la que, además de Bioy o Casares, refulgen apellidos como Domecq por línea paterna y Martínez de Hoz, Videla Dorna, Lynch y Blaquier por línea materna, además de los Ocampo con quienes se emparentó por casamiento. Una de las muy escasas razones por las que Borges y Bioy dejaban de verse con frecuencia es la costumbre de Bioy de pasar todo el verano y los primeros días del otoño (!) en su casa de Mar del Plata o su campo en Pardo, por no hablar de viajes a Europa que, como en 1954, se extendían por cuatro meses o, en 1970, por ¡diez meses!
Justo es decir que la posición de ambos, en el seno de la clase pudiente del país y, en especial, en el de sus hipóstasis culturales, la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) y el grupo de la revista Sur, era abiertamente marginal: de hecho, las recomendaciones literarias de ambos eran desdeñadas con frecuencia por la directora de la revista, Victoria Ocampo, cuñada de Bioy por su matrimonio con Silvina. (Que, de todo el grupo, hoy sólo se siga leyendo a Borges y a Bioy - y a Silvina Ocampo - es el juicio de la posteridad acerca de aquellas diferencias). Borges y Bioy respondían a este desdén con un arsenal de invectivas que transparenta el escaso respeto de ambos por la obra literaria de una Alicia Jurado, un Manuel Mujica Láinez o un Eduardo Mallea, por no hablar de la de perfectas nulidades literarias como Susana Bombal, Carlos Erro, Guillermo de Torre, Margarita Guerrero, Esther Zemborain o Cecilia Ingenieros. (¡Si de sus descalificaciones ni siquiera se salvan amigos queridos como Carlos Mastronardi o autores canónicos como William Shakespeare o William Faulkner!). La pintura de la pareja vanidad e irrelevancia de la mayoría de los integrantes del círculo de la SADE reivindica (y desde adentro) viejas pullas de Arturo Jauretche contra la entidad y contra la inteliguentsia argentina de mitad del siglo XX, y brinda un panorama demoledor de una elite heredera del país del Centenario y devenida en un lastre para su crecimiento.
El 3 de noviembre de 1959, Bioy escribe: “hablamos de la India. Borges comenta el melancólico destino de algunos indios, que admiran mucho a Inglaterra, son considerados renegados por otros indios, y unos pobres infelices por los ingleses: hacen bien a su país, porque lo ilustran y le muestran el camino de la civilización, pero para ellos no hay lugar en ninguna parte. Que el sayo…”. El 14 de julio de 1963, escribe: “nuestra situación es rara: escribimos en un idioma que nos desagrada”. “(…) la situación de los judíos checos, que escribían en alemán, era parecida a la nuestra (…)”. El 11 de junio de 1967, Borges se refiere así a la Guerra de los Seis Días entre árabes e israelíes: “en una guerra entre un país bárbaro y uno civilizado, aunque la razón estuviera del lado de los bárbaros, habría que desear el triunfo de los civilizados, para bien del mundo”. Que Bioy y Borges se comparen con colaboradores de una ocupación colonial, se vean casi como exiliados de la Europa rica en la América meramente del Sur, antepongan la idea de “civilización” a la de patria, ayuda a explicar el triste destino de nuestra nación durante la mayor parte del siglo XX, además de ensombrecer notablemente el legado del indudable inspirador de semejantes ideas: el citado Sarmiento.
El desprecio de Borges y Bioy por la idea de democracia está expresado en forma tan repulsiva que, sospecho, muy probablemente mejore la opinión que muchos lectores extranjeros tengan del peronismo: ¿cómo no considerar que había aunque fuere algo genuinamente democrático en un movimiento cuyos opositores esgrimían argumentos como “qué raro que seamos partidarios de la dictadura ilustrada. Es lo único que existe. ¿Cómo uno va a creer en la democracia?” (26 de setiembre de 1957) o “todas las desgracias de este país empezaron con la ley Sáenz Peña” de voto secreto, universal y obligatorio (1º. de junio de 1971)? Para peor, ese desprecio por el peronismo y por la democracia está fundado en el crudo racismo: el 17 de agosto de 1963, Borges dice “creo que tal vez no sea errado pensar que en la Patagonia está el futuro de la República. Además, es deseable. El clima ha de producir una Humanidad mejor que la del Norte. Del Norte son los cabecitas negras. ¿Qué hombres da el Norte? Nada más que paraguayos y bolivianos”. El propio Borges afirma el 5 de enero de 1969 “yo soy racista. (…). Limpiaría los Estados Unidos de negros y si se descuidan me correría hasta el Brasil. Si no acaban con los negros, les van a convertir el país en África”.
Un párrafo aparte merece la señora Bibiloni de Bullrich, una millonaria cuyas autoparódicas e involuntariamente geniales apariciones la convierten en una presencia anhelada por el lector de la obra: de ella dice Borges el 6 de diciembre de 1951 que “es invulnerable a la realidad”, o el 24 de octubre de 1957, “habla como quien entrega partes de un rompecabezas: el oyente debe armarlo. Ella misma dice que para hablar con ella hay que ser muy inteligente”. La que tal vez sea su máxima boutade es ésta del 30 de junio de 1955: “yo no soy una mujer frívola; a mí lo único que me interesa es el dinero”.
(Ahora se me ocurre pensar si no somos injustos con la mencionada señora: después de todo, el propio Borges fue capaz de afirmar seriamente una sandez mayúscula como “ la Democracia Cristiana [¡de Italia!] es el Comunismo” – 19 de junio de 1977).
En muchas partes, Bioy se complace en revelarnos la otra cara del mundo compartido de dos de nuestros mayores escritores: desde el particular gusto por las rimas zafadas (“la señora de Pérez y sus hijas / comunican al público y al clero / que han abierto un taller de chupar pijas / en la calle Santiago del Estero” recita Borges el 21 de febrero de 1952) hasta la descuidada higiene de su amigo, empeorada por su ceguera, que le hace a Bioy refunfuñar porque no deja de “orinar mi baño” (sic), como afirma el 5 de junio de 1959, o porque lo obliga a correr para avisarle que, en medio de una concurrida playa marplatense, estaba “al aire el promontorio oscuro de testículos y pene” (viernes 21 de febrero de 1964).
Un tema íntimo que surge cada tanto es el puritanismo sexual de Borges, tanto más notorio como que su vida amorosa era (incluso de sesentón) bastante movida. El 29 de diciembre de 1972, Bioy presenta a Borges desencajado por la propuesta de René Mujica de filmar su cuento “La intrusa” con gran despliegue de escenas eróticas. Bioy agrega: “para Borges, el sexo es sucio” y le provoca “un violento rechazo. La obscenidad le parece una culpa atroz: puta no es la mujer que cobra, sino la que se acuesta”.
Pero, por tratarse de dos escritores, hasta ahora me he referido muy poco a la literatura, algo que me propongo remediar de aquí en adelante. ¿Los grandes elogiados de ambos? Cervantes, Fray Luis de León, Jorge Manrique, Rubén Darío, Verlaine, Voltaire, el doctor Johnson, Chaucer, Stevenson, Browning, Conrad, Kipling, Dickens, Wilde, Wilkie Collins, Emerson, Melville, Whitman, Twain. ¿Los grandes execrados? Scott Fitzgerald, Tennessee Williams, Beckett, Rabelais, Artaud, Rafael Alberti, Neruda, David Viñas, Gombrowicz, Girondo, Horacio Quiroga, Octavio Paz, Marechal, Sábato, Arlt. ¿García Márquez? Ignorado. ¿Cortázar, Vargas Llosa, Manuel Puig? Mirados de soslayo. Por momentos, Borges incluso se permite atacar duramente a autores de los que ha escrito en forma elogiosa: Alfonso Reyes, Güiraldes, Lugones, Lope de Vega, Quevedo, Valéry, Goethe, Coleridge, Henry James, Joyce, Tennyson, Browning, Poe, De Quincey, Shakespeare, Hawthorne, Faulkner. El tono general de los comentarios de ambos, en especial en lo referente a la poesía, en especial con el paso de los años, es de un cinismo extremo: apenas hay poemas que resistan a su agresiva deconstrucción (palabra que seguramente ambos detestarían). Incluso Bioy escribe, el 28 de abril de 1957: “después de referirnos mutuamente frases y anécdotas, [Borges] comenta: ‘¿qué prueba esto? Que la literatura da para dos líneas; después todo es una lata espantosa, Milton, Homero”.
Borges demuestra escaso interés en las vanguardias (“Müller dijo que el Ulysses no era un libro escrito para ser leído, sino para ser comentado; no en vista de lectores, sino de críticos” - 27 de setiembre de 1959) y por las polémicas literarias (que son para él “como efusiones de sangre en un teatro: después nadie muere” - 14 de junio de 1955), y termina desdeñando a la literatura de un modo sorprendente: el 1º. de noviembre de 1958 le dice a Bioy “qué raro que la gente crea que las mayores inteligencias pertenecen a literatos. La literatura es un entretenimiento, que corresponde a convenciones, del que un día la Humanidad se cansará. De Quincey dice que en la palestra de la inteligencia el mayor campeón es Shakespeare. ‘Life is tale told by an idiot’: unas cuantas palabras antiguas, nada más; un mecanismo fácil de aprender. La gente cree que las obras están llenas de ideas profundas. Lo que es raro es que también se dejen engañar los escritores: deberían saber que no es para tanto”.
Para el final, y cediendo (como todos los que escribieron sobre esta obra) a la tentación de citar extensivamente y con deleite indisimulable las palabras de estos dos grandes escritores, les dejo tres joyas más, que comparto con la esperanza de que las hallen tan maravillosas como yo las hallo:  
Jueves 8 de noviembre de 1956: “se cuenta que en una representación del Fausto [de Marlowe] debían aparecer cuatro demonios en escena, pero horrorizados vieron que había cinco, one devil too many [‘un diablo de más’] y suspendieron la función”.
Jueves 17 de diciembre de 1959: “dice que un muchacho, que en aquella época era conscripto del regimiento 2 de infantería, le contó los fusilamientos de junio de 1956. Fusilaron a nueve, todos compañeros del 2. (…) Los fusilaron en el patio de la penitenciaría, en la calle Las Heras, a la luz de los faros de los camiones. Entre los fusilados había un sargento músico, muy buena persona, muy querido de todos. Este sargento músico vio que al relator se le escapaba una lágrima. ‘No es nada, muchacho: apuntá acá’, le dijo, señalándose el corazón. Otro de los fusiladores se puso a llorar. (…). Antes de morir, uno gritó ‘¡viva el 2 de infantería!’. Borges: ‘mirá todas las cosas enormes que hay en ese grito. Es como decir ‘yo sé que ustedes no tienen la culpa. Yo sé que ustedes y nosotros somos los mismos’. Si hubiera gritado ‘viva Perón’ o ‘viva la patria’ sería una idiotez”.
Lunes 23 de setiembre de 1963: “frecuentemente, un hecho minúsculo produce graves consecuencias; por eso está bien el libro del Génesis, donde por comer una pareja cualquiera la fruta de un árbol se condena para siempre al género humano. El destino es siempre desmedido: castiga un instante de distracción, el azar de tomar a la izquierda y no a la derecha, con la muerte. Por compadrada, quizá, un muchacho sube a un potro, cae y se golpea con tan mala suerte que algo le ocurre en la columna vertebral y queda paralítico”.
“Borges”. Adolfo Bioy Casares. Edición al cuidado de Daniel Martino. Ediciones Destino. 1ª. Edición Buenos Aires, 2006.